V Otros sólo quieren joder

—Lo investigaremos, pero es muy probable que sea información falsa —dijo Tobar.

Muy temprano había ido Isabella a la estación con todos los antecedentes que estaba recibiendo por mensajes y llamadas. Gente aseguraba haber visto a Matilde en el puerto, en el centro comercial, en un parque, en una discoteca.

—¿Por qué mentirían?

—No necesariamente son mentiras, pueden confundirse, pueden desear verla para ayudar. Otros sólo quieren joder, si me disculpa la expresión.

Isabella asintió con pesar.

—¿Ya sabe si fue ella quien retiró el dinero?

El detective le enseñó la grabación de la cámara de seguridad. Allí estaba su hija, sana y salva frente al cajero automático, Isabella no pudo contener las lágrimas al verla.

—Se la ve tranquila, no parece estar siendo coaccionada por alguien —comentó el detective—. Hay un auto que la está esperando, sólo se alcanza a ver una parte. ¿Lo reconoce?

Isabella vio un auto gris. Probablemente la mitad de los autos de la ciudad eran grises y no lograba distinguir el modelo.

—Estamos trabajando para averiguar la matrícula.

Los esfuerzos del detective por demostrarle que estaban avanzando en la investigación no la tranquilizaron. ¿Cómo podía estar tranquila si no sabía si su hija estaba a salvo, con hambre o frío? ¿O si estaba herida o asustada? Esos pensamientos eran una espiral en descenso al infierno y necesitaba mantenerse fuerte o se derrumbaría y perdería a sí misma.

Por la tarde almorzó con su abogado.

—Necesito contratar a un detective, George, para que investigue la información que me llega, que es mucha. Además, si puedo encontrar a mi hija antes que la policía, mejor todavía.

—Hay uno muy bueno, investiga para nosotros en el bufete, hablaré con él.

Luego se dedicó a recorrer junto a su hermana y su sobrina los lugares que más frecuentaba Matilde. Se encontró con algunos de sus amigos, chicos de su mismo círculo social. Erick Johnson le interesaba, sabía que su hija se sentía atraída por el muchacho, ella se lo había mencionado un par de veces.

—No hablábamos mucho últimamente —dijo Erick.

Era un chico guapo y él lo sabía, esos eran los peores.

—¿Por qué? ¿Pasó algo entre ustedes?

—Mire, no quiero hablar mal de ella ahora que no está, pero la vi con un chico en una disco el otro día, se estaban besando.

—¡¿Qué chico?! ¡¿Cómo se llama?! ¡¿De dónde es?!

—No lo sé, nunca antes lo había visto. No es de la escuela ni del club. Él... no era como nosotros, usted sabe a lo que me refiero.

Claro que lo sabía, y también sabía que el único modo en que su hija acabara enredada con gente así era a través de July. Todo la llevaba a July.

Oliver regresó a la hora de la cena y se fue directo a la ducha. Isabella comió atenta a su teléfono, Oliver estaba igual.

—Erick Johnson dice haber visto a Matilde besándose con un chico en una disco.

—¿Quién rayos es Erick Johnson? ¿Es el hijo de Edward?

—No, de Anthony. Va en la escuela de Matilde, pensé que se gustaban, ella me lo dio a entender. Me pidió permiso para salir con él dos veces, pero Erick dijo que nunca salió con ella.

—¡¿Le diste permiso a nuestra hija para salir con un hombre?!

—Tiene la misma edad que ella y yo confiaba en Matilde... ¿Cómo iba a saber que me mentía?

—Le diste permiso —recriminó Oliver.

—No iba a tenerla encerrada. A esa edad tú y yo ya follábamos, no te pongas conservador ahora.

—¿Y quién es el infeliz con el que estaba?

—No lo sé, Erick no lo conoce.

—Y parece que nosotros tampoco conocemos a nuestra hija.

La mezcla de dolor, decepción y culpa era un cóctel enloquecedor que mermaba las fuerzas de ambos. La necesidad de sentir que algo la anclaba a la tierra tenía a Isabella desesperada. No estaba muy segura de cómo afectaría eso a Oliver, él no era muy expresivo.

Cuando se metieron a la cama ella empezó a masajearle la espalda. Estaba cansada, había dejado los pies en la calle buscando a su hija, pero quería hacer a su esposo, que sufría igual que ella, sentir bien.

Le repartió besos por el cuello y las manos dejaron la espalda y se deslizaron hacia su fornido pecho y el bien esculpido vientre. Quería amarlo y que él la amara también en el momento más horrible de sus vidas.

—Isabella, no estoy de humor.

—Necesito esto —le susurró ella—, lo necesito mucho.

—¿De qué estás hablando? ¿Cómo quieres que me concentre en follar en un momento así?

—Me estoy muriendo, Oliver. Necesito sentir que me amas.

—Ya te dije que no puedo, no seas insensible, yo también estoy sufriendo. No soy una máquina de follar.

Indignada, Isabella dejó la habitación dando un portazo. Había cuartos de invitados, pero ella se fue al de Matilde. La almohada todavía conservaba el aroma de su hija y lloró al imaginar que podría llegar un día en el que se desvaneciera y lo olvidara. 

                                    〜✿〜

Oliver volvió a ir a trabajar y esta vez Isabella no hizo nada para detenerlo. Lo detestaba porque parecía que su vida no se había visto afectada en lo más mínimo por la desaparición de Matilde. Después de todo, él casi nunca estaba en casa ni pasaba mucho tiempo con su hija, empezaría a extrañarla el fin de semana. Luego pensaba que tal vez así lidiaba con el dolor, se evadía trabajando y el enojo se le quitaba.

Ella no podía. Y ya tenía pensado todo lo que haría en el día, empezando por una reunión con el detective privado y George.

Su teléfono sonó mientras desayunaba, era un número desconocido.

—Hola.

—Escucha con atención si quieres volver a ver a tu hija —dijo una voz modificada, como las que narraban los videos que a veces veía Matilde en internet.

Isabella brincó de su silla y casi se cayó de espaldas.

—Ella está conmigo y está muy asustada, quiere volver a casa.

Retrocedió hasta dar con el muro. Temblaba, aterrada.

—Si quieres volver a verla te costará veinte millones.

—¿Cómo... cómo sé que mi hija realmente está con usted?

—¿Quieres una prueba? ¿Quieres que te mande un dedo o una oreja?

—¡No! ¡No, por favor!

—Ella está aquí, saluda a tu mamá.

Isabella oyó una bofetada y unos gritos.

—¡Basta, por favor! ¡Le creo, le creo!

—¡Veinte millones, ahora! Te daré cinco minutos. Si le dices a la policía o no los transfieres, te la devolveré hecha carbón como a su amiguita.

La llamada finalizó y el teléfono por poco se le cayó. Recibió un mensaje con los datos para transferir. Cinco minutos. En cinco minutos la policía no podría hacer nada, tampoco su abogado. Oliver no estaba ni Mary. Ya le quedaban cuatro minutos con treinta segundos y debía tomar una decisión. Veinte millones no eran nada comparados con la vida de su hija, ni siquiera debía pensarlo. Cuatro minutos.

Entró a la aplicación de su banco. El monto máximo por transferencia era de un millón. Dos minutos. Transferir, transferir, transferir. Transfirió hasta que el sistema se lo permitió, pero no logró cubrir ni la mitad del monto. Llamó al número desconocido para explicar que los bancos tenían sistemas de seguridad, que no se podían transferir grandes sumas a un destinatario nuevo y todo eso, pero no logró decir nada.

El corazón se le cayó al suelo, el secuestrador la había bloqueado.

Su grito desgarrador llenó la silenciosa casa. Había estado tan cerca de recuperar a su hija que sentía que había vuelto a perderla. La habían arrancado de sus brazos con tanta crueldad. ¿Cómo podía haber en el mundo gente tan desalmada?

"Otros sólo quieren joder, si me disculpa la expresión".

Su llanto se intensificó. A los diez minutos recibió otra llamada, otro número desconocido. Contestó tan rápido que ni se acordó de grabar.

—¡Por favor! —suplicó ella.

—¿Isabella?

¡Era Jacob Swizz, el infeliz inoportuno de Jacob Swizz! Ella se quedó sin aliento. Quería decirle que liberara la línea por si los secuestradores la llamaban, pero apenas y podía respirar con la opresión en su pecho.

—Isabella, un ejecutivo me avisó de una serie de transacciones irregulares desde tu cuenta corriente, ¿está todo bien?

Ella negó con la cabeza, como si él pudiera verla.

Jacob no la veía, pero oía perfectamente su desesperado llanto, su crisis nerviosa.

Por las mañanas y usando la autopista, ella demoraba quince minutos en llegar al banco. Ahora, presa del horror y la desesperación, le pareció que Jacob hizo el viaje en cinco o menos. Ella cortó la llamada y ya lo tenía a su lado.

En el peor momento de su vida sólo su enemigo estaba para tenderle la mano. El mundo había enloquecido.

—Llora todo lo que necesites, desahogarte te hará bien —decía él con su despreciable y complaciente voz mientras la abrazaba y sobaba la espalda.

Y ella más lloraba sobre su hombro. Qué se le arruinara el traje con sus lágrimas saladas, se lo merecía por... por ser tan perfecto.

El cansancio fue debilitando su llanto. Hipeando recibió el té que Jacob le preparó.

Volvió a coger su teléfono y le contó lo ocurrido a Tobar. Él le pidió la grabación y dijo que investigaría, pero que probablemnte se había tratado de una est4fa.

—En el fondo yo sabía que podía ser mentira, pero...

—Pero no podías arriesgarte a que fuera verdad y no hacer nada —completó Jacob.

—¡Exacto! Y si vuelvo a recibir una llamada así, creo que lo haría de nuevo.

—Un verdadero secuestrador no pediría una transferencia que se puede rastrear. Querría dinero en efectivo, eso he visto en las películas. Si vuelve a ocurrir, debes avisarle a la policía.

—Intervendrán mi teléfono, eso dijo el detective... Gracias por venir, no te quitaré más tiempo.

—Descuida. Todos los clientes con los que alcancé a hablar hoy estaban más interesados en saber de ti. No dudes en llamar si lo necesitas, tengo mucho tiempo libre, puedo... puedo ayudarte a pegar afiches.

En la mesa de centro había varias pilas de ellos.

—Me llevaré unos y los pondré por donde vivo.

Hasta el momento Oliver no se había llevado ninguno.

—Gracias, Jacob.

Todavía temblorosa por la llamada del supuesto secuestrador, Isabella se armó de valor para cumplir con su agenda.

                                      〜✿〜

—Todos por donde vivo ya saben de la desaparición de la niña y me avisarán si se enteran de algo —le decía Mary durante la cena.

Isabella dudaba mucho que Matilde pudiera llegar a ir a un barrio como el de ella, pero ahora toda ayuda era valiosa.

—Gracias, Mary.

—La niña aparecerá, ya verá.

Oliver llegó y se fue una vez más directo a la ducha. Ella estaba esperándolo en el cuarto.

Le contó lo de la llamada.

—¡¿Veinte millones?! ¡¿Cómo pudiste ser tan estúpida?!

Era la primera vez que él la insultaba de ese modo. Habían tenido discusiones como todas las parejas, pero jamás se había sentido herida por sus palabras.

—¡¿Y qué habrías hecho tú en mi lugar?!

—¡Hablarle a la policía!

—¡Dijo que iba a matarla!

—¡No te dio ninguna prueba de que la tuviera!

—¡Oí a una chica gritar!... Quería creer que era ella, que podría recuperarla.

—Y ese error te costó veinte millones.

—De todos modos es mi dinero, yo lo gasto en lo que quiero —dijo, limpiándose las lágrimas.

Además, Swizz había conseguido que bloquearan la cuenta a la que ella había transferido el dinero, era cuestión de tiempo para que la fiscalía diera una orden y se lo devolvieran.

—¿A ti no te han llamado?

—Claro que lo han hecho, pero no voy a caer en estupideces.

Isabella no lo podía creer. Por instantes no reconoció al hombre que tenía en frente y con el que llevaba casada casi catorce años. Parecía que no le importaba ni un poco recuperar a su hija.

Hastiada cogió su pijama y se fue a la habitación de Matilde. Acababa de comprender que no podría contar con su esposo para buscarla. Estaba sola.

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