IV El inoportuno

Muy temprano Isabella fue a casa de Diana. Decir que la mujer estaba devastada era poco. Muerta en vida le hacía más justicia a su aspecto y sentir.

—Si te sirve de algo, yo no creo que haya sido Matilde quien mató a mi July —le dijo Diana.

Y aun en su terrible estado todavía tenía la mujer energías para preocuparse por los demás. Era mucho mejor persona de lo que era Isabella, que deseaba creer todo lo contrario.

—Mi hija se llevó dos atuendos de fiesta y accesorios. ¿Sabes de alguna fiesta a la que pudieron ir? ¿A casa de algún amigo de July tal vez?

—¿De July? ¿Y por qué no uno de Matilde?

El exclusivo círculo social de Matilde estaba compuesto enteramente por niños de bien, de buena familia y con clase, ningún buscapleitos, nadie que diera una fiesta de la que ella no pudiera enterarse. Debía tratarse de un conocido de July y su horroroso ambiente marginal.

—Intento abarcar todas las opciones.

—Crees que July tiene la culpa de todo, ¿no?

—Diana...

—Crees que mi hija era una mala influencia para la tuya, admítelo. ¡Nunca volviste a tratarnos igual desde que perdimos nuestra fortuna!

—¡Sí, eso es lo que creo! ¡Creo que July la involucró en algo asqueroso!

—¡Lárgate! ¡Sal de mi casa y no vuelvas! Ojalá y nunca pases por lo que yo estoy pasando —la jaló de un brazo para echarla y cerró de un portazo.

En la calle, Isabella se repasó el cabello y ordenó la ropa. Bastante se había tardado en decirle sus verdades. Cuánto se arrepentía de no haber acabado con la amistad de sus hijas el mismo día en que los expulsaron del club social por no pagar las mensualidades.

Se puso sus gafas para el sol y se detuvo a pasos de su auto. Un muchacho montado en una bicicleta miraba con detención el vehículo. Muy probablemente era la primera vez que veía un Bentley. El joven avanzó hasta ver la matrícula, luego la vio a ella por breves instantes y se fue calle abajo.

Isabella se apresuró a revisar si no le había robado los espejos o hecho alguna marca. Condujo todo el trayecto revisando si alguien la seguía. Lo bueno de todo era que ya nunca más tendría que ir por esos barrios.

                                     〜✿〜

Era pasado el mediodía cuando Isabella llegó al banco.

—¡Isabella, felicidades!

Nadie más que el desgraciado de Jacob Swizz la felicitaría en un momento como el que estaba viviendo, pero lo disculpaba porque de seguro no sabía nada. En unas horas, cuando saliera en el noticiario de la tarde lo ocurrido con su hija ya todos lo sabrían. Todavía tenía algo de tiempo para vivir sin recibir la lástima o las críticas de los demás.

—¿Por qué me felicitas?

—¡Porque conseguiste el puesto de sub gerente! ¿No lo sabías? Cielos, metí la pata. Finge sorpresa cuando te lo digan.

Nunca antes un triunfo se sintió tan amargo como éste. Cuando apareciera Matilde, luego de abrazarla y regañarla y besarla, tirarían la casa por la ventana con los festejos. Y partirían en el yate sin fecha de retorno.

—¿Y tus vacaciones?

—Olvidé algo en mi oficina y estoy apurada.

Jacob se quitó del pasillo y la dejó pasar. Mientras se encendía su computador, Isabella se quedó mirando la fotografía de Matilde en su escritorio.

—¡Cómo me haces sufrir, niña por Dios!

Ingresó a la aplicación bancaria a la que tenía acceso sólo desde allí y buscó la cuenta de su hija. En ella le depositaban la mesada. Matilde era muy ordenada con sus gastos y no despilfarraba el dinero, ella ahorraba para el futuro. Había tomado clases de economía en la escuela de verano.

En el estado de cuenta del mes pasado contaba con varios millones y ahora tenía...

¡Nada!

Con horror Isabella vio el cero que reflejaba el saldo de la cuenta. No era posible. Revisó los movimientos. Desde hacía casi cinco semanas, todos los días se habían realizado retiros de pequeñas cifras, nada que llamara la atención al ser analizadas individualmente. Lo último que le quedaba lo había retirado el día anterior.

Isabella dio un grito de júbilo. ¡A la mierd4 el dinero! Su hija estaba viva y lo estaba gastando. Buscó el lugar desde donde se había hecho el retiro y llamó a Tobar. Ellos podrían conseguir las grabaciones de las cámaras de vigilancia y seguirle la pista a su hija. Anhelaba ser quien la encontrara primero, pero con tal de que apareciera tendría que cooperar con la policía.

Unas horas después, sentada en la sala junto a Mary vieron el noticiario.

"Vuelco en el caso de joven asesinada y quemada", dijo la conductora del programa. "Ahora su mejor amiga es la principal sospechosa y se encuentra prófuga".

—¡Madre mía! —exclamó Mary.

Isabella se aferraba la cabeza. Se suponía que debían hablar de la desaparición de su hija, no de la muerte de July. Para July ya era tarde, pero Matilde seguía viva.

"Hija, sin importar lo que haya ocurrido, vuelve a casa. Siempre podrás contar con nosotros, te amamos", decía Isabella en pantalla junto a Oliver y parecía que estuvieran admitiendo que Matilde era una asesina. ¡Y que ellos la respaldaban!

Su teléfono y el de la casa empezaron a sonar al instante. Hasta el de Mary recibió llamadas. Familia, amigos, clientes, todos querían hablarle y ella no quería hablar con nadie.

Pero existía la posibilidad de que alguien pudiera saber algo.

Se dio ánimos y empezó a contestarles. Y tuvo que tragarse los mensajes de apoyo y solidaridad que no le servían de nada. Aguantó así cuatro llamadas y activó el buzón de voz. "En este momento estoy muy ocupada. Por favor, llámame sólo si es una emergencia".

Las llamadas cesaron, pero su aplicación de mensajes no tuvo descanso, ya los revisaría luego.

"Esté atenta si recibe llamadas de números desconocidos y grabe la conversación por si acaso", le había recomendado la detective Valencia. La tesis del secuestro no se había descartado.

Eran las diez de la noche y Oliver todavía no llegaba. Imaginó que estaría igual de colapsado que ella o incluso más porque no estaba resguardado en casa. Él no podía activar el buzón de voz con la gente que lo rodeaba.

Estaba en la cama leyendo los mensajes cuando recibió una llamada de un número desconocido. Inició la aplicación de grabación y contestó.

—Hola, Isabella. Lamento llamar tan tarde, pero acabo de ver las noticias.

Era Jacob Swizz. ¡Qué manera de ser inoportuno! Lo bloquearía en cuanto acabara la llamada.

—No tenía idea de lo que estaba ocurriendo. Y yo felicitándote, me siento como un imbécil.

"Y lo eres, querido. ¿Cómo no te habías dado cuenta antes?".

De fondo se oía una suave música y el sonido metálico de las máquinas para ejercitarse. Lo imaginó con el torso desnudo y cubierto de sudor mientras los músculos se le tensaban por las maniobras que ejecutaba. Se sintió asquerosa.

—Si hay algo que pueda hacer, algo en lo que te pueda ayudar, sólo tienes que decirlo, para eso están los amigos.

¡Amigos! Jacob Swizz tenía un problema terrible de percepción de la realidad, él y ella no eran amigos, sólo compañeros de trabajo, rivales de trabajo.

—Espero que encuentren a Matilde sana y salva. No soy creyente, pero si tú lo eres, rezaré por ella.

—Gracias —dijo Isabella en un hilo de voz. Tenía la garganta apretada.

Inhaló profundamente cuando la llamada finalizó y llamó a Oliver.

—Amor, ¿dónde estás? Te necesito aquí conmigo.

—Me quedaré fuera. Necesito pensar, aclarar las ideas necesito espacio. Mañana nos vemos.

—Okay —dijo escuetamente Isabella.

En la soledad de su habitación, que se había vuelto inconmensurable, en el silencio de una mansión donde ahora sólo estaba ella, volvió a escuchar la grabación de la llamada de Jacob hasta dormirse. 

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