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La grieta en mi palma no sanaba.

Peor aún: crecía.

Había comenzado como una delgada línea opaca, como una vieja cicatriz en carne sin cerrar. Pero ahora, en las noches, palpitaba con un resplandor leve, apenas perceptible, como si respirara por cuenta propia. Como si latiera con un pulso que no era el mío.

Intenté ignorarlo.

Mentí al decirme que era una secuela más de la batalla, que mi cuerpo solo estaba reajustándose después de todo lo que soportó.

Pero en mis sueños, la criatura me visitaba.

No con su forma total —aquella abominación

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