Tomando la barbilla de la mujer frente a él, pudo ver como las lágrimas amenazaban con salir de sus hermosos ojos de tormenta. Victoria estaba rota, tan rota como él se encontraba.

— No me importa nada de lo que acabas de decirme, puedes ser un capricho o puede que no lo seas, eso aun debo averiguarlo, pero debes saber que me perteneces, no te dejare marcharte de mi vida, no me apartare de ti tampoco, te quiero mía, y mía vas a ser, te gusto, me gustas, esa es la única verdad en todo esto, no soy como el hombre que te abandonó, ni tampoco soy una buena imagen para tus hijos, pero te quiero siempre mía Victoria, y no te dejare en paz, si es necesario te perseguiré como demente hasta tenerte, así que entiéndelo. — dijo Lorenzo acariciando la tersa mejilla de la hermosa violinista.

— Yo…no se si quiero esto. — respondió Victoria sin dejar de mirar al zafiro en los ojos de Lorenzo.

— Si lo quieres, me deseas, me deseas casi tanto como yo te deseo a ti, eres una mujer, no una niña, deja tu