Julian cubre su enorme, dura y caliente erección con el latex y escupe el envoltorio al suelo.
—Inclínate. —La presiona en la espalda, doblándola por la mitad a la altura de la cintura—. Sujétate a esa pared con las dos manos o tu cabeza se golpeará contra ella.
Su brazo le rodea el estómago mientras la levanta hasta la punta de los pies.
Las manos de Gio están separadas de la pared, las palmas le sudan con la anticipación, cuando un fuerte chasquido resuena en la habitación. Escucha el sonido antes de sentir la punzada en su trasero.
—¿Qué…?
Antes de que pudiera terminar la frase, Julian se mete dentro de ella. El movimiento brusco y repentino saca el aire de sus pulmones. Se ha enterrado hasta el fondo, y tiene que forzar sus piernas a que se ensanchen para aliviar la punzada de incomodidad que causa.
Puede sentir las caderas de Julian, presionadas contra su trasero, comenzar a temblar.
—Tan apretada —grazna él—. Tan jodidamente apretadas.
Su mano se mueve de la espalda