La llamada de Luciano había terminado hacía horas, pero todavía resonaba en la cabeza de Gabriele. Las palabras dulces, el tono tranquilizador, incluso la promesa de que todo este infierno que había vivido pronto sería solo un recuerdo… todo parecía tan real. Pero, aun así, su corazón no lograba aceptarlo.
La oscuridad del cuarto no le daba alivio. Cada vez que cerraba los ojos, imágenes que había reprimido durante semanas se colaban desde lo más profundo de su mente con garras afiladas: risas humillantes, comentarios crueles, flashes de cámaras, acusaciones falsas y juicios erróneos sobre su vida. Se sentía roto, como si nada pudiera repararlo.
Al amanecer, se obligó a levantarse y caminar hasta el baño. Solo quería una ducha caliente, tal vez el agua pudiera ayudar un poco con esa tormenta que lo consumía por dentro. Pero el vapor lo envolvió como un velo que lo asfixiaba. En lugar de reconfortarlo, el agua lo hizo sentirse aún más confinado, como si volviera a estar atrapado en est