Cuando sus labios se separaron, ninguno de los dos habló, Luciano fue el primero en apartarse, apenas unos centímetros, observando a Gabriele con un fervor llameante, Gabriele se inclinó hacia él, tocando apenas su nariz, era un gesto meloso, con sutileza, Luciano llevó sus dedos a la cara de Gabriele, acarició su mejilla y el borde de su mandíbula, poco a poco se fueron despojando de sus ropas con lentitud, sin apremio, sus cuerpos se reencontraban después de tanto tiempo, cada tacto de amor era un reconocimiento.Los movimientos de Luciano se volvían más rápidos, pero Gabriele, con una determinación desbordada, lo detuvo brevemente, con una leve presión sobre sus hombros, susurró en voz baja, casi exigente: " Cariño déjame estar arriba". Luciano, sin resistencia, permitió que Gabriele tomara el control, con fuerza, Gabriele se colocó encima de él, moviendo sus caderas de arriba abajo, con una cadencia intensa, cada sacudida era vigorosa y dominante. La impetuosidad de sus movimient
Luciano había pedido desayuno. Gabriele sonreía mientras cortaba en dos un croissant y se lo ofrecía.—Estás domado —bromeó, mientras se llevaba un pedazo a la boca.—Solo contigo —respondió Luciano, dejando un beso en su frente.El ambiente era ideal. Hasta que el teléfono de Gabriele sonó. Él lo miró, y su rostro se tensó al ver el nombre en pantalla: Mamá.Luciano miro hacia el celular, pero no dijo nada.—Espera un segundo —murmuró Gabriele, contestando la llamada.—Hola, mamá.—¿Dónde estás? —La voz al otro lado era helada. — No me mientas, Gabriele. Sé que estás con Luciano.Gabriele se quedó mudo.—Dime que no es cierto. Dime que no has vuelto a cometer ese error.—No es un error… —empezó a decir, pero ella lo interrumpió.—Basta. No quiero excusas, tu padre está furioso y si piensas que vamos a aceptar tu relación con ese hombre, está equivocado. Regresas a Roma, hoy mismo.Gabriele apretó los dientes. Quiso gritarle que él ya no tenía quince años. Pero no lo hizo.—Está bien.
Gabriele después de despedirse de Luciano, llegó a la casa de su familia, su padre lo estaba esperando en la sala, con un semblante rígido y serio. Su madre, sentada a un costado, tenía en su rostro una expresión de preocupación, parecía que intuía lo que se avecinaba.—Gabriele… —comenzó su padre, — necesito que me escuches.Gabriele sin decir nada, solo se preparó para lo inevitable.—Dime papá.—Luciano Vaniccelli no es para ti, ya basta de esta tontería.Gabriele sintió cómo su estómago se apretaba, pero por ahora tenía que permitir que lo tratara como si fuera un niño.—No te preocupes, papá. —dijo con voz temblorosa. —He decidido alejarme de él.Su padre levantó la mano, exasperado.—¡Espero que sea cierto!, Luciano es un hombre peligroso, y no voy a permitir que sigas perdiendo el tiempo con él, Gabriele.Gabriele abrió los ojos, sorprendido por la vehemencia de su padre, quiso decir algo, pero su hermana Amalia se adelantó, ella se levantó de su silla, mirando a su padre con
Gabriele llegó a Roma justo a medianoche. Tomó un taxi hasta su departamento y, al entrar, lo encontró oscuro, con las cortinas cerradas. Por un momento, se sintió como un extraño en su propio espacio. Decidió ir directo a su habitación a dormir, porque estaba agotado y solo quería descansar. Al día siguiente, Gabriele se levantó temprano con la intención de organizar unas cosas. Cuando cruzó la sala, se topó con alguien, era Luka. Quien estaba de espaldas, metiendo algo en una maleta negra.—Luka… —lo llamó Gabriele.Luka se dio vuelta de inmediato, con una expresión de sorpresa. —¡Estás aquí! Pensé que estarías en Roma.—Sí, regresé. —respondió Gabriele—. Luka, lo siento mucho. De verdad, no quería hacerte daño. —¿No querías hacerme daño? Gabriele, ¿sabes lo que fue vivir contigo mientras pensabas en él todo el tiempo? Mientras yo creía estúpidamente que quizás algún día me amarías. —Yo lo intenté —tartamudeó Gabriele.—Nunca lo intentaste, Gabriele, no mientas más. —replicó Luka
Gabriele salía de la academia cuando de repente vio a una mujer conocida apoyada contra un auto negro, con los brazos cruzados y una expresión que no podía ver bien, escondida tras unos grandes lentes oscuros. Era Azzurra Zaharie. Cuando lo vio, ella se quitó las gafas dejando al descubierto una mirada llena de odio.—Por fin apareces, dijo con tono un poco airado. —¿Qué haces aquí? —preguntó Gabriele, algo sorprendido.Azzurra caminó hacia él con elegancia.—Vine a advertirte —contestó sin rodeos—. Quiero que te alejes de Luciano. Gabriele frunció el ceño. —Nuestra relación ya terminó.Azurra soltó una risa burlona. —¿De verdad crees que me creo esa mentira? Sé que se vieron antes de que tú viajaras. No soy tonta.—No tengo idea de lo que estás diciendo —contestó Gabriele, apretando los puños.Ella no le hizo caso y se acercó un poco más, reduciendo la distancia hasta estar a pocos centímetros de su cara.—Luciano es mi prometido, Gabriele. Tú solo eres un... error momentáneo.Ga
La tarde en Milán estaba bañada en una luz suave, perfecta para una boda de verano. Gabriele había regresado después de cuatro años en Roma, donde había dedicado su tiempo a estudiar arte, explorando y perfeccionando su pasión en la vibrante capital italiana. Caminaba entre los invitados, con una sonrisa brillante en su rostro mientras saludaba a familiares y amigos. Su hermana mayor, Amalia iba a casarse esa noche, y todo estaba preparado para un evento que sería recordado durante mucho tiempo. La decoración, las risas, el murmullo de las conversaciones, el tintineo de las copas de champán: todo parecía formar parte de una celebración perfecta.Pero en medio de todo eso, cuando Gabriele pasó cerca de un grupo de invitados, algo en su interior cambió. No fue el suave susurro de las conversaciones ni la música que llenaba el aire. Fue una mirada, una presencia que lo hizo detenerse en seco. En un rincón, entre las sombras de las columnas de mármol, los ojos de Gabriele se encontraron co
Esa noche, mientras la algarabía del baile llenaba el ambiente con risas y música, Gabriele se encontraba perdido en sus pensamientos. No podía apartar la imagen de Luciano Vannicelli de su mente: su mirada penetrante, su actitud distante y, sobre todo, la sensación de que algo en él era completamente inalcanzable.Recordaba claramente las últimas palabras de Luciano cuando, de forma abrupta, se despidió de él:"Disculpa, pero tengo que irme ya. Buenas noches."Esas palabras, tan frías, tan directas, retumbaban en su mente. Gabriele no entendía cómo un encuentro tan fugaz pudiera haberlo marcado de esa manera. ¿Qué había detrás de esa actitud reservada? ¿Por qué lo atraía tanto un hombre que claramente no deseaba ser atrapado?Con un suspiro profundo, se cruzó de brazos y miró hacia la puerta por donde Luciano había desaparecido. Sabía que lo que sentía no era solo una chispa pasajera; había algo más, algo más profundo que lo llamaba.Decidido a despejar sus pensamientos, Gabriele sacó
Gabriele se encontraba sentado en la barra del bar, una copa tras otra, con la mirada perdida en la nada. El sonido de las conversaciones que llenaban el lugar parecía apagarse a su alrededor, y el líquido en su vaso se desvanecía con cada sorbo, sin que su mente pudiera encontrar un respiro. Estaba atrapado en un mar de pensamientos oscilantes que no sabía cómo controlar. La indiferencia de Luciano se mantenía como una terrible muralla entre ellos, algo que lo fastidiaba y lo dejaba deseando cruzarla, pero sin saber cómo.Damián, sentado a su lado, observaba en silencio la batalla interna de su amigo. Ya lo conocía bien; sabía que algo lo estaba quemando por dentro.—¿Te encuentras bien, Gabi? —preguntó Damián, sin necesidad de esperar una respuesta. Sabía que algo estaba mal.Gabriele no levantó la mirada, y en su voz, teñida de frustración, se notaba claramente que algo lo consumía.—¿Crees que Luciano es... gay? — De repente preguntó con una sutil vacilación en su voz.Damián fr