La tarde avanzaba con una tranquilidad que parecía casi falsa en la casa de los Di Lucca. Afuera, los periodistas ya se habían ido, después de que la policía pusiera la orden de restricción; en su lugar, solo quedaban algunos guardaespaldas en la entrada. Gabriele se había metido en su estudio, tratando de perderse entre pinceles y colores, buscando en la pintura una forma de reducir esa ansiedad que no le dejaba en paz. Luciano le había prometido que esa noche iría a verlo, y eso le daba cierto alivio, aunque su corazón seguía inquieto, como si sintiera que algo más sucedería.
Y pasó, sin aviso. El sonido de su celular vibrando lo alertó. Notificaciones que llegaban una tras otra: primero mensajes, luego llamadas, y al final, la madre entrando en el estudio con una expresión de preocupación en el rostro.
—Gabriele, cariño… no veas las noticias —le dijo con la voz temblorosa, sujetando el teléfono con fuerza.
Pero ya era demasiado tarde. Gabriele tomó el móvil, abrió la primera notic