La noche llegaba a su fin, después de despedirse de Luciano Gabriele se encentraba incapaz de dormir, los recuerdos del beso en el auto invadían su mente en su cuarto, todo era un caos. No el tipo de caos que se ve, sino ese que se siente como una tormenta bajo la piel.
Tendido en su cama con los ojos fijos en el techo, Gabriele se removía una y otra vez entre las sábanas, cerraba los ojos solo para volver a recordar los labios de Luciano, el roce de sus manos, el fuego imparable que se había encendido en ese beso.
Se llevó una mano al pecho, le dolía, literalmente. Como si algo dentro de él se hubiera roto o quizás, como si algo hubiera nacido.
—Me estoy enamorando… —susurró en la oscuridad.
Una confesión sin testigos, que solo escuchó la soledad de su habitación.
La madrugada pasó lenta y cuando por fin llegó la mañana, el sol encontró a Gabriele sentado en su estudio, frente a un lienzo a medio terminar. Tenía el pincel en la mano, pero la mirada perdida. Había intentado pintar el r