Artemisa es una joven albina y huérfana que fue criada desde niña en una de las manadas más poderosas. Prometida para el Alfa Marcus que la desprecia, solo ha conocido una vida de humillaciones, sin embargo, cuando el padre de Marcus muere y el decide arrojarla a la calle para unirse a la mujer con quien la engaña, la joven loba es descubierta por el Alfa Janus quien decide tomarla como su luna sin saber los grandes secretos que el linaje oculto de Artemisa guarda. Gemelos que fueron separados, bajas pasiones que despiertan. ¿Sera el amor o el instinto más salvaje lo que guía a los corazones heridos? Bajo la luz de la luna todo secreto y pasión serán revelados.
Ler maisBajo la luz de la luna las sombras se disipan, revelando verdades ocultas y destinos inciertos.
Bajo la luz de la luna, aquellos instintos salvajes despiertan, nublando la razón y durmiendo los sentidos.
Bajo la luz de la luna, los jóvenes amantes se entregan a las fauces del amor por vez primera, entre respiraciones entrecortadas y gemidos ahogados.
Bajo la luz de la luna, los lobos cantan sus aullidos, jurando su amor y lealtad eterna a Artemisa, su única diosa, y quien marca eternamente su destino.
Hermosa piel pálida como el alabastro, cabellos largos y blanquecinos que asemejan a hilos de plata brillante. Un rostro tan bello como el de los ángeles, de unos preciosos ojos celestes como el azul del cielo que amaba ver cada mañana como un consuelo a sus muchos sufrimientos. La belleza de la luna plateada la había besado, otorgándole aquella hermosura que pocas criaturas podrían tener. Sus delicadas manos fregaban los platos, sintiendo el agua helada que le provocaba calosfríos.
—Artemisa, termina pronto con eso, esta noche tendremos invitados muy especiales y no quiero que te vean merodeando por allí, me daría vergüenza tener que admitir que vives en mi propiedad, así que termina y enciérrate en tu maldito agujero de una buena vez —
—Por supuesto, el Alfa Aqmar no querrá olisquear a una sucia huérfana que no tiene ni siquiera un apellido y que es tan pálida y fea como un polluelo recién salido del huevo, así que haznos un favor y enciérrate en tu cloaca —
Cerrando la llave, la joven albina de ojos celestes, miraba de soslayo a su cruel prometido junto a su amante, quien no desaprovechaba cualquier circunstancia para humillarla. Sin responder, se quitaba el desgastado mandil y en silencio caminaba hacia sus muy humildes aposentos que se hallaban cruzando los amplios jardines cuyos caminos se hallaban cubiertos de altos ébanos de gallarda belleza.
La nieve comenzaba a caer, y el frío pronto calaría en los huesos. Apresurando sus pasos, Artemisa se refugiaba en aquellos establos junto a los caballos, dejándose caer sobre su derruida y vieja cama y cubriéndose de sus pocas mantas para soportar la noche helada que se avecinaba.
¿Qué había hecho ella para merecer tan cruel trato de la persona que se suponía debía cuidar de ella?
La respuesta era mucho más sencilla de responder, más de lo que le gustaba admitirse.
Ella era huérfana.
Desde que tenía memoria había vivido en esa mansión, el padre de su prometido le había dado refugio después de encontrarla abandonada en el bosque. Aquel hombre siempre la había tratado con dulzura, prometiéndole ser la esposa de su único hijo y el actual Alfa de la manada, pero el haber crecido junto a Marcus Badra no fue lo mejor, nunca había recibido nada más que no fueran malos tratos de parte de este por ser solo una chica sin padres o un apellido bajo el cual resguardarse. Ella solo era Artemisa, y llevar el nombre de la diosa de la luna, tan solo le había traído más desprecios y humillaciones, ya que, al ser la hija de nadie, no merecía llevar tal nombre.
Marcus la despreciaba, y ahora que su padre había caído tan gravemente enfermo, ya no había nadie que la defendiera de su crueldad. Sabía que solo era cuestión de tiempo, pues desde que el viejo lobo Agnus Badra había enfermado, ella había sido arrojada fuera de la mansión con la orden de dormir en los establos, esto, por supuesto, fue ordenado por Marcus, quien decía no soportar el hedor de una miserable huérfana cerca de él. Por si eso no fuera poco, tambien había sido forzada a ser la sirvienta personal de Agatha Pines, la loba amante de su cruel prometido, quien no paraba de humillarla y forzarla a hacer toda clase de trabajos denigrantes.
El frio comenzaba a arreciar, y aun con aquel par de mantas encima, este no era suficiente para cubrirse bien ante el cruel tiempo. Se sentía miserable, tanto que no sabía cómo era que seguía con vida, cuando todo lo que realmente deseaba, era tan solo morir.
Quizás, era por su carácter necio, quizás, era porque no quería darle el gusto a Marcus y a Agatha de verla vencida. Pero decidida a salir de su miseria, salía de la desvencijada cama para ir a las cocinas y buscar algo de alimento y más mantas para calentarse. No iba a dejarse morir esa noche por más que su cansancio le decía que eso era lo único que deseaba, ni esa, ni ninguna otra.
Como si fuera una ladrona, la mujer de blancos cabellos, se escabullía dentro de la vieja mansión. Todos estaban en su propio mundo, arreglando pactos, alianzas o sabría la Diosa Luna que cosas. Aquella era una reunión importante con el actual líder de una de las manadas más temidas, Marcus no tendría tiempo de ver lo que ella estaba haciendo.
Como un ratoncito acalambrado por el frio, Artemisa entraba en calor dentro de las cocinas, y los demás sirvientes tan solo negaban en silencio al verla en tan lamentable situación. Tomando exactamente lo que necesitaba, la joven loba de apenas diecinueve años, salía a toda prisa para regresar a su refugio, al menos allí, nadie la humillaba, y los caballos eran por mucho una muy grata compañía en comparación con la de Marcus.
Corriendo de regreso hacia el establo, sus pasos sin embargo se habían detenido al sentir el brillo de la luna llena sobre ella. Sus ojos celestes se habían llenado de lágrimas, y su corazón, herido por la amargura de aquella vida tan dura que tenía que soportar, la habían hecho llorar en el acto.
—Mi Diosa Luna…tú que guías a todos tus hijos, te ruego que me ayudes a soportar esta situación…sálvame de este destino tan cruel, ayúdame a encontrar el lugar al que verdaderamente pertenezco —
Pasos se escuchaban repentinamente tras de ella, y al girarse, con gran asombro podía ver a aquel hombre de aura misteriosa que la miraba con tanta curiosidad que la hizo estremecer. Sus cabellos eran negros como el ébano, sus ojos eran verdes como el color de los árboles en plena primavera. Sus cejas eran gruesas, haciendo que aquella expresión ceñuda lo hiciera ver tan hermoso como nadie más. Su piel morena parecía haber sido besada por el sol, y su presencia temible la habían hecho sentirse demasiado pequeña.
—Y tú, ¿Quién eres? No te he visto en la celebración, pero tu aroma me ha guiado hasta aquí —
Aquel hombre había dado tres pasos hacia ella, haciéndola retroceder de manera involuntaria. Tomándola de la mano con fuerza, el hombre la miro fijamente sin perder detalle de la belleza de aquel rostro temeroso de poderosos ojos celestes tan similares al cielo de cada mañana. Su piel era pálida como la nieve que caía a su alrededor quedando atrapada en sus cabellos de hilos de plata. Aquella mujer llevaba a la belleza misma de luna sobre ella y ese aroma tan delicado naciendo de ella, que emulaba a los lirios de rio y la suave lavanda de los prados en los que solía jugar en su más tierna infancia, despertaba instintos en el que creía eternamente dormidos.
—Responde, ¿Quién eres tú? —
La joven albina tembló un poco ante aquella voz cavernosa.
—¡Artemisa! ¿Qué demonios haces fuera? —
El grito de Marcus había interrumpido aquel ambiente, y la joven loba de cabellos de plata, tomaba sus cosas para salir corriendo una vez que el agarre de aquel moreno había terminado.
—Oh pero que vergüenza, lamentamos mucho si esa sucia sirvienta lo ha molestado señor Aqmar, volvamos a la fiesta, todos están esperando a que usted y mi Marcus declaren su tratado de paz — decía Agatha con voz empalagosa, mirando furiosa como la albina se perdía poco a poco en la obscuridad.
—¿Quién es esa mujer? Es muy hermosa… — decía el Alfa moreno mirando a la mujer perderse entre la noche.
Agatha y Marcus se sintieron ofendidos por aquel comentario, y dando un paso hacia el Aqmar, vieron a un hombre moreno y visiblemente más joven que se atravesaba entre su amo y ellos.
—Mi señor desea conocer a la mujer, ¿Podrían traerla ante él? — decía el lobo más joven.
Acalorado y ofendido por el repentino interés del Aqmar en su aún prometida, Marcus miro con desprecio al muchacho.
—Entonces, Beta, temo que tendré que decepcionarlos, ella es solo una sirvienta, y debemos regresar rápido a la celebración, nuestros invitados esperan — respondió.
El Aqmar asintió, pero sin dejar de ver en la dirección por la que aquella muchacha se había marchado, se grabo en la memoria aquel hermoso rostro…y aquel hermoso nombre.
—Artemisa…
El Alfa Aqmar saboreaba aquel nombre, tan acorde a la hermosa loba cuya belleza era un homenaje a la Luna plateada. Regresando a la celebración, estaba decidido a saber más sobre ella, aquella mujer y su delicado aroma, lo habían dejado intrigado. Cautivado.
Artemisa sentía su corazón latiendo a mil por hora. ¿Qué había sido aquello? La luna llena brillaba en lo alto y su luz bañaba a la joven loba por la ventana de aquel establo. La rueda del destino, comenzaba a girar.
La luz del sol brillaba en lo alto, y todo parecía estar en aparente calma. Las lejanas tierras de los Dupont, siempre habían sido seguras en sus fronteras, manteniendo a sus dueños completamente a salvo en su interior. Sin embargo, en aquellos oscuros días, ya nadie podía estar a salvo.Marcus Badra miraba a las personas que iban en su trajín diario, dándose cuenta de que no únicamente había lobos en las tierras de August y Ceres Dupont, si no, tambien hábiles ex cazadores de sobrenaturales que vigilaban cada rincón de la enorme mansión que en su interior alojaba el preciado tesoro que el deseaba alcanzar para si mismo. Había sido un completo estúpido, nada más que un reverendo imbécil al no escuchar los deseos de su padre para tomar a Artemisa como su Luna. Aquella sangre que corría por las venas de esa hermosa loba albina, era la del linaje más puro y sagrado que existía; los únicos lobos que eran descendientes directos de dioses. Con un poder como ese en sus herederos, su manada s
El viento soplaba helado aquella fría mañana de noviembre. Las hojas habían caído completamente de los árboles y desde el suelo se alzaban todas en una peculiar danza invernal que hacía volar la imaginación de aquellos que permanecían atentos. El peculiar olor del invierno se hacia presente en aquellas castañas asadas al fuego que igualmente se remolineaba en un agitado baile que invitaba a la reflexión. Belmont Fortier miraba a Ceres Gultresa quien charlaba amenamente al otro lado de la fogata que habían hecho para entrar en calor y tener una amable convivencia antes de lo que sea que se avecinara, llegara irremediablemente ante ellos. Sus ojos azules se perdían en la sonrisa de aquella mujer de quien estaba eternamente enamorado, con la certeza de que sus radiantes sonrisas, eran todas dirigidas hacia Auguste Dupont, su esposo, su Alfa, su compañero. Ah, el destino había sido demasiado cruel; la había conocido e irremediablemente se había enamorado, o, mejor dicho, la había amado d
El viento helado de aquella noche, le calaba en lo profundo de los huesos, tal y como era cuando tenía que dormir en aquel húmedo y demasiado frío establo en medio de los caballos. Sus pasos eran lentos, tan lentos que sentía que aquel camino no terminaba jamás. La nieve le lastimaba los pies descalzos, y su cuerpo dolía tanto que sentía que en cualquier momento iba a desfallecer.Los lamentables y tristes aullidos de los lobos penetraban en sus oídos, causándole aquella terrible ansiedad que la estaba embargando. ¿En donde estaba? ¿Qué era aquel desolado paramo nevado?—¡Janus! ¿En dónde estás? —Artemisa llamaba desesperada a su lobo, al que ella había elegido para ser su compañero de vida…aquel del que ella deseaba enamorarse, y de nadie más.—¿A quien estás buscando mi niña? —Aquella mujer idéntica a ella, a miraba con un halo de profunda tristeza desde aquellos ojos celestes que parecían a punto de derramar lágrimas.—¿Quién eres tú? Cuestiono Artemisa en aquel desolado paramo n
—Búsquenla, no pudo haber ido muy lejos —Marcus sentía como la sangre le hervía de rabia. Agatha había escapado después de robarle todo cuanto pudo cargar. Aquella traición no iba a perdonársela.—Señor, recibimos informes de que Artemisa fue protegida por Belmont Fortier y ahora mismo e dirige hacia las tierras Dupont, a parecer, tambien Apollo Elara se encuentra tras ella, aunque desconocemos si ya sabe hacia donde es que se dirige — informaba Calder.Marcus golpeo con fuerza aquella mesa de manera logrando partirla en dos.—Maldita sea, todo se está complicando demasiado, Calder, ve que encuentren a esa perra de Agatha, y cuando lo hagan infórmame, ya vere que castigo le impondré yo mismo, saldré hacia las tierras Dupont con una cuadrilla de lobos, recuperare a Artemisa a cualquier costo — aseguró.Asintiendo, Calder miró con un deje de desprecio al alfa de su manada, sus malas decisiones los estaban llevando por en sendero de autodestrucción que no estaba seguro que pudieran supe
Angustia.La luz de la luna se colaba entre las cortinas que eran azotadas por aquel terrible viento que se había desatado y que iluminaba débilmente el interior de aquella habitación que se hallaba en penumbras.Celos.Miraba a aquella hermosa joven cuya belleza emulaba a la de la luna plateada, completamente desnuda en los brazos de ese hombre cuya piel morena parecía haber sido besada por el sol, y cuyos ojos verdes de selva salvaje, lo miraba fijamente desde aquel rostro envuelto en aquella expresión soberbia que hacia que su sangre hirviera de odio y rencor.Dolor.Su pecho ardía, dolía terriblemente haciéndolo caer con violencia sobre el suelo, mientras escuchaba los gemidos entrecortados que delataban aquellas bajas pasiones de las que su Luna era presa bajo el cuerpo de otro.Despertando abruptamente, la mano pálida y temblorosa alcazaba la lampara que se hallaba en la mesita de noche, iluminando la habitación por completo mientras el albino se incorporaba débilmente aun sinti
El sol brillaba en lo alto después de una noche de tormenta. El cielo se mostraba azul celeste, completamente limpio y dibujando hermosas nubes blancas que se paseaban en el vaivén de viento.Artemisa sucia un encantador vestido celeste con preciosos encajes blancos que la hacia lucir igual a una encantadora princesa de cuentos de hadas. Su cabello blanco que asemejaba a hilos de plata, se lo había recogido en una media cola decorada con un lindo moño de los colores de su vestido. Se había maquillado las pálidas mejillas y sus labios naturalmente sonrosados, los había resaltado con un poco de gloss.Lucia realmente preciosa.—Artemisa, ¿Estás lista? Nos vamos en cinco min…Janus no había terminado de decir aquella frase, cuando se había quedado completamente sin palabras ante la hermosa y delicada mujer que tenía delante. Era tan bella, tan radiante como una estrella, y tan parecida a una fina muñeca de porcelana, que parecía inaudito exponerla al mundo y a su crueldad. Sus hermosos o
Último capítulo