—¡Valeria! ¡Despierta! ¡Te llevaré fuera de aquí!
Me desperté sudorosa por esa voz familiar. Al abrir los ojos, vi cómo la puerta ya deformada por el fuego se derrumbaba frente a mi nariz.
En gran pavor, llevé a mi suegra al dormitorio mientras la recordaba:
—Mamá, no abras la ventana. El viento avivará aún más las llamas.
Dicho esto, recorrí toda la habitación con la mirada. Agarré una almohada de la cama y la empapé con agua, luego se la di a mamá para que se cubriera la boca y la nariz. Al mismo tiempo, se escucharon las sirenas abajo.
Con sorpresa, ella me dijo:
—¡Alfredo ha llegado para rescatarnos! ¡Ya todo estará bien mija!
Vi su sonrisa emocionada, pero bajé la mirada y guardé silencio. No sabía cómo decirle a esta anciana la cruel verdad que su hijo mataría a su nieta de sangre por su amor a otra mujer…
La temperatura aumentaba continuamente, incluso las baldosas quemaban. Tan pronto como la ayudé a un lugar más seguro, escuchamos la voz de Alfredo fuera de la puerta:
—¡Violeta! ¿Estás dentro? ¡No tengas miedo! ¡Yo te ayudaré a salir!
Al siguiente instante, la puerta se derrumbó con un estruendo. Entre el humo, no podía ver nada, pero oí la voz sollozante de Violeta:
—¡Alfredo… estoy en el balcón! Por favor, sálvame… Tengo mucho miedo…
—¡Todos al balcón! ¡No pierdan más tiempo en buscar a otros! —ordenó Alfredo.
Mi suegra no podía creer lo que había escuchado y, de repente, se llevó la mano al pecho, jadeando:
—¡Ese maldito desagradecido…! ¿¡Por qué…!?
Antes de que pudiera terminar aquellas palabras, se desmayó de ira.
A través del fuego intenso, vi cómo Alfredo cargaba a Violeta en brazos y escaparon del incendio juntos. El calor ardía en su punto máximo, incluso mis lágrimas se evaporaron al salir de mis ojos. Pero, esta vez, tragó mis palabras de súplica.
—Alfredo, ya no te debo nada —murmuré decidida.
Las siluetas se habían alejado. Me tapé la boca y la nariz, y luego intenté varias veces cargar a mi suegra en la espalda. Al usar demasiada fuerza, sentí un agudo dolor en mi vientre. Debido al dolor, me costó muchísima meramente enderezarme.
Embarazada de su hijo y con su mamá en mi espalda, me quedé entre las llamas escuchando las conversaciones que llegaron a mis oídos a través de las olas de calor:
—Violeta, ¿hay alguien más en casa? —le preguntó Alfredo.
—No. Yo tuve una pelea con Valeria. Me dijo que ella era más valiosa y delicada porque ya estaba embarazada. Por el pequeño conflicto, me encerró en casa con la llave y provocó el incendio antes de irse… —sollozó ella.
—¡Puta despreciable! ¡La haré pagar cuando la vea! —escupió Alfredo con furia.
La gran desilusión me atacó y casi me caí al suelo. Al siguiente instante, escuché otra voce que le dijo a Alfredo:
—Alfredo, ¡oí voces en el dormitorio! Debe haber alguien más en casa… ¿Será que Valeria aún está en el fuego?
Alfredo lo interrumpió con impaciencia:
—¡Ya basta! Violeta ya me dijo la verdad. ¡Fue Valeria quien causó el incendio con el objetivo de matarla! ¿Crees que esa asesina se quedaría allí a quemarse después de tender la trampa? ¡Vengan conmigo! Lo más importante ahora es enviar a Violeta al hospital. Ha estado tan delicada en la salud…