Cuando la reunión terminó, volé de regreso a mi apartamento penthouse en San Fay. Allí, Eduardo estaba en la cocina con delantal, preparando una cena romántica con velas.
—¿Fue bien el trabajo? —se acercó para abrazarme y me besó suavemente la frente.
—Muy bien —le envolví el cuello con los brazos, sintiendo su calor—. Oí que cancelaste un viaje de negocios.
—Sí, quería pasar el fin de semana contigo —sus ojos estaban llenos de ternura.
Me puse de puntillas y le besé los labios:
—Entonces, podemos estar en casa todo el fin de semana, ¿no?
...
Tres días después, Eduardo me sorprendió con una propuesta mientras caminábamos por la tarde.
—Cásate conmigo.
Eduardo se arrodilló de un pie, sosteniendo un delicado anillo de zafiro en la mano. El diseño del anillo era simple y elegante, y el zafiro central brillaba con la luz del atardecer. Estábamos al lado del lago del parque, mientras el atardecer teñía todo el cielo de oro y carmesí.
Al fondo, parejas remaban en barcas tranquilame