La habitación olía a sexo y alcohol, impregnada de una atmósfera densa y sofocante.
La madrugada avanzaba sin piedad.
Scott se había sentado nuevamente al borde de la cama, con el torso desnudo, con la cabeza gacha entre las manos.
Una parte de él quería vestirse y largarse.
Otra... no encontré la fuerza.
Detrás de él, Pamela se estira perezosamente, como una gata satisfecha.
—Mmm... —ronronea, alzando la sábana para cubrirse apenas los pechos— ¿Ya te vas, campeón?
Scott no contesta.
Sentía un peso extraño en el pecho, como si hubiera traicionado algo importante en su vida.
Algo que no entendía, pero que dolía.
Pamela se acerca arrastrando la sábana, dejando al descubierto su piel dorada.
Se pega a su espalda, pasando los brazos alrededor de su cuello.
—No pienses tanto —le susurra al oído, mientras deslizas las manos por su pecho—. Esto... es para ti. Para que olvides.
Ella lo besa y Scott cerró los ojos.
Una descarga de placer mezclada con culpa le recorre el cuerpo.
Ella sonríe al