Elara
Kora está inquieta dentro de mí mientras gime, y de pronto me encuentro sumergida en un nuevo entorno.
Estoy corriendo; no reconozco hacia dónde, solo sé que debo ayudarlos. Corro entre los árboles hasta detenerme ante una pequeña aldea escondida en el bosque, junto a un campo. El lugar está en llamas, los campos llenos de lobos muriendo y luchando.
Estamos en guerra.
Me oculto en los límites del bosque, observando cómo hombres con antorchas salen en fila y marchan por un camino de tierra. Los gritos de los niños resuenan en la noche. Todo se calma, todo queda en silencio.
Excepto por los aullidos de agonía y el llanto. Todo ha terminado. Salgo con cautela de mi escondite. La tierra está manchada con la sangre de mi manada, el aire es espeso con el olor a muerte y tierra quemada.
La aldea entera está destruida. No queda nada salvo chozas en llamas; el fuego lo consumió todo.
Miro hacia abajo, hacia el lobo junto a mí, su pelaje oscuro parece azul bajo el rayo de luna. Lo observo