La llamada que estaban esperando aún no llegaba. Ya habían pasado más de dos horas y nada que el Cuervo se contactara con ellos. Eso no solo preocupaba a Michael, sino a todos los que estaban en esa habitación de hotel. Bueno, salvo a uno… Chávez se mantenía tranquilo, su rostro inexpresivo, casi impasible, pero era comprensible: no era su bisnieta, nieta, hija o sobrina la que estaba secuestrada por un loco desquiciado con necesidades de afecto.
—Maldita sea, ¿cuándo va a llamar este tipo? —Patrick, aquel que antes dominaba la paciencia, ya no era el mismo. Su rostro estaba tenso, las manos crispadas sobre la mesa, y cada segundo que pasaba lo hacía sentirse inútil. Necesitaba saber de sus pequeñas Méridas o se volvería loco. La espera lo devoraba por dentro, y solo quería salir corriendo hacia donde sea que estuvieran para rescatarlas.
—Tranquilo, hermano. A veces las cosas se dan en su momento y lugar — intentó calmarlo Michael, mientras sus ojos recorrían la habitación, asegurándo