EEl día en que partí a Noruega, le mandé un correo a mi tutor, en el que le contaba que estaba embarazada.
No tardó en responderme:
—¡Dios mío, Linda! ¡Es una noticia maravillosa, felicidades! Prepararé todo para ti: la casa, los chequeos prenatales, incluso habrá gente esperándote en el aeropuerto para llevarte directo a tu nuevo hogar.
Al leerlo sentí un nudo en la garganta y casi se me escapan las lágrimas. Temía que reconsideraran mi puesto en el proyecto por esta razón, y en cambio me dieron un apoyo inmenso.
En ese momento, fue el mayor consuelo que pude recibir.
Ese día me puse ropa holgada para disimular la leve curva de mi vientre.
Una vez en el aeropuerto, un joven levantó la mano para saludarme:
—¡Linda Carmona! —Era de rostro limpio y sonrisa amable. —Hola, soy Jaime Torres.
Dicho esto, con toda cortesía tomó mi equipaje, sonriendo con calidez:
—Linda, había escuchado mucho sobre ti, por fin tengo el gusto de conocerte.
Le respondí con una sonrisa, aunque los nervios me carcomían por dentro. Era mi primera vez saliendo sola del país y, además, embarazada. Pero la atención y el cuidado de Jaime fueron calmando, poco a poco, todos mis temores.
Él se encargó de los trámites y me acompañó hasta la entrada del filtro de seguridad.
—Linda, no te preocupes. Cuando llegues, todo estará listo para ti. —Me dio una palmada suave en la mano, con firmeza en la voz.
Asentí con gratitud.
En ese instante escuché una voz conocida no muy lejos:
—Olivia, cuidado.
El corazón me dio un vuelco.
¡Era Carlos!
¿Qué hacía él allí?
Instintivamente, bajé la cabeza, temiendo que me reconociera.
Pero, enseguida, oí la voz de Olivia:
—Carlos, quiero ir a esa nueva cafetería, ¿me llevas?
Él vaciló:
—Espera… quiero marcarle a Linda, me pareció escuchar su nombre.
Alzó la mirada en mi dirección. Yo agaché la cabeza de inmediato, fingiendo revisar el equipaje.
Un sudor frío me empapó.
Pero Olivia lo tomó de la mano:
—No, seguro ahora mismo está en el laboratorio. La vas a interrumpir. Anda, vamos a la cafetería, que después llegan los socios y ya no habrá tiempo.
Carlos asintió y, rápidamente, se fueron en otra dirección.
Exhalé con alivio, aunque un amargor me llenó el pecho.
Cuando firmamos el divorcio, fue Olivia quien lo distrajo y facilitó que estampara la firma. Ahora, otra vez, fue ella quien desvió su atención para que no me descubriera. Y, también gracias a ella, pude marcharme sin problemas.
—Linda, ya es hora de pasar seguridad.
La voz de Jaime me devolvió al presente.
Guardé mis emociones y avancé con él.
En el control me entregó una postal.
—Toma, es para ti. Puedes mandarla a tu familia, como señal de que todo va bien.
Era una imagen de glaciares imponentes, hermosos y misteriosos.
La sostuve un momento, pero al final sonreí con amargura y la tiré a la basura.
—No, no tengo a quién mandarle postales.
No quería dejar más lazos con el pasado.
Ya en el avión, encontré mi asiento.
Jaime se aseguró de que todo estuviera en orden y todavía me advirtió:
—Linda, el laboratorio te preparó equipo nuevo. Incluso ajustaron tus horarios para que cuides el embarazo sin problemas.
Escucharlo me hizo estremecer. Era un cuidado que en cuatro años Carlos nunca me había dado. Respiré hondo y me obligué a mantener la calma.
Cuando el avión despegó, miré por última vez esa ciudad de apariencias y soledad.
Carlos, lo nuestro terminó para siempre.