Margot sostenía todavía algunos documentos en las manos, intentando mantener la compostura.
Bastien estaba detrás de ella, tan cerca que la pelirroja sentía el calor de la respiración de su marido en la nuca. Con los dedos firmes y juguetones, él tomó el otro tirante del camisón y lo deslizó con lentitud.
La tela resbaló, dejando a la vista la piel blanca y erizada de su mujer.
—Bastien… —susurró ella, con las mejillas encendidas y su voz titubeante.
—¿Qué pasa, ma chérie? —preguntó él en un tono grave, cargado de travesura, mientras sus labios bajaban para besarla en la curva del hombro.
Margot apretó los labios, queriendo resistirse. Los papeles en sus manos temblaban. Bastien subió con un beso hasta su cuello, succionando la piel despacio, arrancándole un gemido bajo.
—Aaah~ no deberíamos… —alcanzó a murmurar ella nuevamente, aunque el temblor de sus piernas ya la delataba.
—¿No deberíamos qué? —susurró él, con esa media sonrisa peligrosa, pegando más su cuerpo al