Al amanecer Adam salió de la cama muy temprano y se vistió; pidió a la recepción un desayuno para mí y otro para él. Comimos bajo un incómodo silencio, que yo terminé rompiendo, incapaz de soportar esa fría tensión que manaba de él.
—¿No... irás a conocer al bebé?
Su tenedor se paralizó sobre el plato.
—No es buen momento. Tengo otros compromisos. Volveré a casa la semana siguiente.
Yo también bajé la vista. Adam había pasado de esperar con emocionada expectación el nacimiento de nuestro bebé a negarse a verlo.
—Si lo vieras, sabrías que es tuyo... —Murmuré por lo bajo.
Adam se levantó en el acto y dejó la servilleta sobre la mesa. Tomó las llaves de mi coche y, acercándose, me las puso en la palma de la mano.
—Los resultados de la prueba vendrán rápido. Esperemos. Por ahora, ve a casa.
Yo también me levanté. Me despedía de esa suite como si fuese una prostituta a la que le han pagado por una noche.
—Hey, Adam, ¿no crees que estás siendo muy injusto? —inquirí, siguiéndolo descalza hast