Diego permaneció en silencio durante unos segundos.
—¡No! ¡Seguro que está mintiendo! —Estrella sacudió la cabeza. Luego miró a Pablo—. Yo puedo ser la rehén. Te lo ruego, suelta a Feli...
—No lo implores —dijo Diego—. ¿Crees que él te escuchará?
—Parece que me conoces bien. A este paso, tu supuesta protección al niño no es más que palabrería. No estarías dispuesto a romperte una pierna. —respondió Pablo.
—Pequeño bastardo, ¿ves? Él desearía que murieses. Si alguna vez vuelves a ver a tu madre, recuérdalo. —dijo, mirando al niño en sus manos.
—¡Pablo! —Diego apretó los dientes—. Cuidado con lo que dices...
—¿Qué? ¿Te atreves a amenazarme? —Pablo sonrió—. Parece que realmente no tienes en cuenta a este pequeño bastardo.
—Dime, ¿qué condiciones tienes? —Diego inhaló profundamente, reprimiendo su ira—. Si no hablas, no me culpes después.
—Mira, no le importa tu vida o muerte. —Pablo miró a Félix—. ¿Puedes entenderlo?
Félix asintió, sus ojos azules miraban fríamente a Diego.
—Sé que no le