—Señor Alvarado, eres muy directo, así que seré clara: no tengo sentimientos hacia ti. Lo siento, solo quiero que nuestra relación se limite a ser socios. —Irene habló con firmeza.
—¿De verdad, doctora Vargas, no quieres darme ni una oportunidad?
—No. —Irene fue contundente.
Ezequiel se rio, sorprendido.
Era la primera mujer que se atrevía a hablarle así.
—Está bien. —Ezequiel levantó la caja de herramientas que llevaba—. Entonces, ¿podemos ser amigos? O al menos, ¿déjame arreglar la regadera?
—No tengo interés. —Irene se mantuvo firme—. Ya he sido clara en mi rechazo. Señor Alvarado, debería haberlo entendido, así que no es necesario seguir con esto. ¡Por favor!
Ezequiel nunca había recibido un trato así. De niño, su posición privilegiada lo protegía, y al crecer, había consolidado su reputación. Hoy, una mujer lo había plantado.
—Bien, bien, Irene, realmente eres única. Eso significa que mi elección fue acertada. —Sonrió y asintió.
Irene, frustrada, cerró la puerta de golpe.
Ezequiel