Irene dio las gracias, y Diego le ayudó a tirar de la silla.
Irene lo miró de reojo. Diego levantó una ceja.
—¿No dijiste que debía respetarte? ¿Qué tal, esto es suficiente respeto?
Irene sonrió y sacudió la cabeza mientras se sentaba. Ambos tenían hambre, así que Irene no quería hablar con él; la comida transcurrió en un silencio bastante cómodo.
Finalmente, después de comer y beber, los dos se dirigieron a la sala.
—Hablemos. —dijo Irene—. ¿Cuándo regresas a Solandia?
—Ya te dije que no volveré por ahora.
—¿Y qué haces aquí? —preguntó Irene.
—Pensé que ya lo sabías.
Irene no respondió. Diego se acercó a ella.
—Ire, sé que aún estás enojada conmigo. Hay muchas cosas que hice mal antes. Te pido disculpas, lo siento, espero que me perdones.
—No quiero volver a hablar de lo que pasó. —dijo Irene—. Ya acepté tus disculpas, así que estamos en paz.
—¿Entonces puedo volver a cortejarte?
—¿Qué? —Irene pensó que había escuchado mal.
—Dije que quiero volver a buscarte. —Diego sonrió al mirarla—