Al contrario de encontrarse enérgico para empezar el día laboral, Maximilian se sentía desanimado. Cuando entró a su oficina, la única cosa que quería era no hacer nada, ocupar su asiento y quedarse sin un solo pendiente por hacer. Pero entonces, entraron de nuevo esos pensamientos conflictivos.
Sabía que no podía simplemente quedarse cruzado de brazos; tenía que comenzar sus labores y no quería que los próximos días estuvieran saturados de trabajo.
La imagen de Amelia, su sonrisa nerviosa, sus ojos… todo volvía a él con la frustración por su propio comportamiento impulsivo.
Decidió romper el ciclo llamando a Giselle. Giselle hizo acto de presencia de inmediato, tan impecable y eficiente como siempre.
— Buenos días, señor. Espero que haya tenido un buen descanso. Estoy aquí para servirle.
Maximilian se dirigió a ella con su habitual profesionalidad, intentando ocultar el torbellino de emociones que lo consumían.
—Giselle, necesito que vayas por un capuchino a esa cafetería que está