En la mesa del desayuno, a pesar de la presencia de los trillizos, Amelia sentía el peso de la mirada intensa de Maximilian. Esos ojos azules, ahora, eran un océano en el que ella nadaba a contracorriente; tan profundos que la hacían sentir ahogada, pero al mismo tiempo, siempre la cautivaban con su belleza.
— Niños, los animo a contarme cómo les ha ido en la escuela —comenzó Maximilian, alternando su mirada entre sus hijos y Amelia, quien, callada, reflejaba su timidez evidente.
— Bueno, papá, me estoy esforzando mucho por ser la mejor de la clase —dijo Liam.
Máximo interrumpió, ansioso por compartir: — ¡Yo también estoy estudiando muchísimo, papá!
— A mí también me gusta estudiar mucho, papá, pero prefiero jugar —intervino Lily con una sonrisa.
Maximilian le dedicó una sonrisa tierna a su hija. — Lily, ambas cosas son importantes: hacer amigos y esforzarse por estudiar.
Amelia sonrió esta vez, observando con dulzura a sus niños. La tensión entre ella y Maximilian crecía, y a ella le