En forma de espiral, los nervios se desplazaron a través del cuerpo de Amelia como una corriente arrasadora, destrozando cada ápice de calma en su interior y volviéndola vulnerable. Entrelazó las manos sobre sus rodillas, intentando inútilmente pensar de manera positiva. Pero la idea de ver a sus padres después de tantos años de ausencia era una anomalía, una realidad extraña que la descolocaba por completo.
No sabía cómo actuaría, ni si sería correcto soltar todo el torrente de emociones y resentimientos que había guardado con celo durante tanto tiempo. Mientras el auto se deslizaba por la carretera, ella se sentía acorralada dentro de sus propios pensamientos, que la perseguían en un ciclo eterno, sin tregua.
Cada kilómetro recorrido era un paso más hacia un encuentro que temía y anhelaba a partes iguales.
Maximilian, por su lado, manejaba con la concentración habitual, sus ojos fijos en el camino. Sin embargo, cada cierto tiempo, la miraba de reojo, notando la rigidez de su postu