Los empleados, con la algarabía propia de una noche de celebración, se dirigieron al lugar de la cena. Al mismo tiempo, Maximilian subió a su coche y partió hacia el restaurante. En el trayecto, su mente, de forma inquietante, se encontró vagando hacia Amelia. Sacudió la cabeza, intentando ahuyentar esos pensamientos. No le gustaba nada que ella ocupara un espacio tan prominente en su mente; su habitual autocontrol se veía afectado. No podía creer que ella, poco a poco, estuviera yendo más allá de un simple pensamiento.
Amelia, por su parte, no deseaba ser el centro de atención, pero, inevitablemente, terminaba siéndolo. El ambiente en el restaurante era acogedor, con una agradable música de fondo que invitaba a la relajación. Todos los empleados se ubicaron en una larga mesa dispuesta para la ocasión. Amelia se disponía a hacer lo mismo cuando, de forma discreta pero firme, Maximilian tomó su mano. Ella lo miró, sus ojos muy abiertos por la sorpresa.
—Vamos a comer aquí —soltó Maximi