El día laboral de Amelia había llegado a su fin y, con ello, su primer día de trabajo. Se despidió amablemente de Giselle, quien le pareció una buena persona.
En el estacionamiento subterráneo, se encontró con Maximilian. Él la miró de pies a cabeza, lo que la puso notablemente nerviosa. Sentía que sus mejillas se calentaban y sus piernas temblaban cada vez que él le dedicaba ese tipo de miradas. Lo peor de todo era que no sabía cómo disimular lo mucho que le afectaba. Al final, puso su mejor sonrisa y fingió tranquilidad.
—¿Irás a casa directamente o tienes que hacer algo? —preguntó Maximilian.
Amelia se quedó en silencio, con la mente llena de pensamientos encontrados. Finalmente, respondió:
—En realidad, voy directo a casa. Aunque tenía intenciones de comprar pizza para los niños. No es una comida que les dé a diario, pero quisiera que hoy sea la excepción y compartir algo con ellos.
—Entiendo —dijo Maximilian—. En ese caso, me ofrezco para comprar la pizza en tu lugar, así puede