Al día siguiente, la rutina se repitió. Amelia se levantó temprano, se preparó para ir al trabajo y se despidió de los niños. Sin embargo, esta vez no los llevó al colegio; fueron los hombres de Marcus, siguiendo órdenes del mismo, quienes se encargaron de llevarlos, acompañados por la niñera que llegaba temprano para trabajar y que, si era necesario, se quedaría en casa.
Se colocó perfume y se maquilló ligeramente, dejando su rostro con un aspecto natural. Elevó su cabello en una coleta alta y sonrió al espejo, tratando de infundirse las ganas que le faltaban para enfrentar otro día en la compañía. Condujo tranquilamente por la calle, agradeciendo al cielo que no había tráfico esa mañana.
—Señora Williams, espero que haya tenido un buen descanso anoche. ¡Bienvenida al día de hoy! —saludó Brenda al abrir la puerta de la oficina, siguiéndola dentro.
—Brenda, qué dulce eres —respondió Amelia, notando que Brenda parecía tener algo más que decirle—. ¿Pasa algo?
—No es nada malo, señora Wi