Amelia no quiso salir de la habitación, sintiendo en su interior que algo muy malo había ocurrido. La angustia la envolvía, y cada latido de su corazón resonaba como un tambor de guerra. No sabía si debía enfrentar a ese monstruo. ¿Y si lo hacía y resultaba ser su perdición? Tenía un miedo profundo de que ese hombre fuera capaz de hacerle daño, y ella debía pensar en sus hijos.
No podía ser tan imprudente. Pero, ¿era correcto guardar silencio sabiendo que el tiempo se estaba agotando? Su corazón se estremecía al recordar que Marcus había sido un mentiroso durante todo ese tiempo. "Amelia, no es tu hija... estás obsesionado con ella". Eran las palabras que resonaban en su mente, como un eco que no la dejaba en paz.
Sacudió la cabeza, aturdida, sintiendo que su corazón se rompía en mil pedazos. ¿Por qué su vida tenía que ser así, tan llena de inconvenientes? Se sintió doblegada.
—¿Qué se supone que haga? —murmuró para sí misma, sintiéndose atrapada en una telaraña de incertidumbre.