A la mañana siguiente, el sol apenas se asomaba cuando Amelia despertó. Un instinto, una mezcla de esperanza y costumbre, la llevó a esperar encontrar a Maximilian en en algún lugar de la casa. Sin embargo, solo encontró su ausencia. Una sensación de extrañeza, un eco lejano de preocupaciones pasadas, comenzó a instalarse en su pecho. Rápidamente, intentó desecharla.
—Seguro tuvo prisa —murmuró para sí misma, intentando convencerse.
Pero el patrón se repitió. Los días siguientes, Maximilian seguía marchándose antes de que el primer rayo de sol acariciara la ventana, y regresaba cuando la luna ya reinaba en el cielo. Amelia, aún envuelta en la delicadeza de su recuperación, permanecía en casa, agradecida por la flexibilidad que Maximilian le ofrecía para trabajar desde su portátil. Era un privilegio que le permitía sanar a su propio ritmo, pero la gratitud se tiñó con una creciente inquietud.
La ausencia de Maximilian en las mañanas no pasó desapercibida, especialmente para los más peq