Poco después, los niños aparecieron con sus trajes de baño, listos para zambullirse en la piscina. Renata se unió a ellos, y pronto el jardín se llenó de risas y chapoteos. Amelia se acomodó en una de las tumbonas, disfrutando del calor del sol y de la vista de sus hijos divirtiéndose en el agua.
Los trillizos nadaban como unos expertos, mientras Renata reía ante sus ocurrencias.
–¡Mira cómo salto!– gritó uno de ellos, lanzándose al agua con un gran chapoteo.
–¡Eres tan hábil como un delfín!– le respondió Renata, riendo sin parar. –¡Hiciste un salto increíble!
Amelia observaba la escena, sintiendo una dosis de sol que tanto necesitaba. La calidez del día y la risa de los niños la envolvían en una burbuja de felicidad. Era un momento perfecto, uno que había estado esperando y que ahora, finalmente, podía disfrutar.
–Amelia, ¿quieres unirte a nosotros?– le gritó Renata desde la piscina.
Amelia sonrió, aún sentada en la tumbona.
–Quizás un poco más tarde. Estoy disfrutando de este mom