En poco tiempo, la comida llegó a la mesa. El aroma tentador de los platillos chinos llenó el aire, y ambos comenzaron a comer. Amelia sintió que la comida era excepcionalmente deliciosa; su estómago se lo agradecía, pues tenía mucha hambre. Por su parte, Maximilian también disfrutaba en silencio, saboreando cada bocado.
De repente, a mitad de la comida, Maximilian decidió preguntar algo que dejó a Amelia perpleja y visiblemente incómoda. La tranquilidad que había reinado hasta ese momento se desvaneció por completo.
—Amelia —dijo él, su voz inesperadamente seria—, si de pronto no estuvieras en peligro y no hubieras descubierto que ese hombre, Marcus, era un mentiroso y que te manipuló por tanto tiempo, entonces tú realmente no tenías intenciones de venir a mí y decirme que los trillizos son mis hijos, ¿verdad? Porque de no haber sido de ese modo, yo todavía seguiría aquí, existiendo simplemente sin saber de la existencia de los niños, y me parece que no es justo. No quería sacar el t