El primer rayo de sol se coló por las persianas, dibujando una franja dorada sobre la cama, pero Amelia no sintió su calidez. Un martilleo sordo resonaba en sus sienes, un dolor de cabeza persistente que se aferraba a ella desde el momento en que abrió los ojos. Respiró hondo, intentando espantar la molestia, pero era inútil. "Otro día", pensó, y la idea de levantarse se le antojó una escalada titánica.
No quería faltar al trabajo, no ahora que sentía que finalmente estaba encontrando su ritmo, que estaba demostrando su valía. Pero, ¿cómo podría dar lo mejor de sí misma, cómo podría concentrarse en sus actividades si la cabeza le estallaba? La tentación de rendirse, de volver a hundirse bajo las sábanas, era fuerte. Sin embargo, su disciplina era más fuerte. Con un suspiro de resignación, se obligó a levantarse, cada movimiento una pequeña batalla contra el malestar. Se vistió con lentitud, se arregló el cabello y salió de la habitación, lista para enfrentar el día, o al menos intenta