Capítulo II: Dulce tentación

—¿Por qué no nos dijo nada? ¿Por qué no buscó nuestro apoyo?

—Tenía miedo, madre, daría todo porque lo hubiese hecho, ofendí su nombre tantas veces, luego ella se enteró de que me casé de forma repentina con Valentina, quiso olvidarme.

—¿Por qué volvió hasta ahora? —exclamó Diana, algo sentía en su interior, un presentimiento de que algo no estaba bien

—El amor la venció, madre, ella volvió a mí y ahora he vuelto a ella.

—Scott, Valentina te ama demasiado, vas a destrozar su vida —dijo Diana con dolor y él se acercó a su madre, tomó su mano y la besó con dulzura

—Si me quedo con Valentina, terminaré arruinando mi propia vida, madre, ¿Eso es lo que quieres para mí? ¿Acaso quieres a Valentina más que a mí? Yo soy tu hijo, madre, dime, ¿Quieres verme infeliz, con una mujer a la que no amo? —dijo con ojos tristes, cubiertos de lágrimas

Diana acunó su rostro, le dolía ver a su hijo sufrir, besó su frente y lo abrazó, le recordaba mucho a Xavier, su marido, que había muerto hace tres años.

—Te amo, siempre serás mi pequeño bebé, eres el hijo que nació de mi vientre, ¿Cómo no te voy a amar? Pero, no quiero que te equivoques, dar una segunda oportunidad a quien te traicionó, a quien lastimó tu corazón, es algo muy importante, porque si vuelves a entregarte y te lastiman, tu corazón se volverá de hielo. Valentina es muy joven, es hermosa, pronto recibirá su herencia, sé que, en el futuro, ella encontrará el amor en el hombre correcto, si estás seguro de que amas a Laura tanto para volver a confiar, entonces, lo aceptaré, por ti, porque te amo, pero, piénsalo, hijo, si te equivocas y dejas ir a una buena mujer como Valentina, las probabilidades de que ella vuelva a ti, serán nulas.

Scott asintió

—Mi decisión está tomada, me divorciaré de Valentina, y me casaré con Laura. Ahora quiero pedirte un gran favor, madre —Diana arrugó el gesto, confusa—. No le digas nada a Valentina sobre Laura, no quiero herir su corazón más, no quiero que sepa que todo se trata de Laura.

Diana titubeó, pero al final aceptó, ella tampoco quería ver a Valentina destrozada.

Scott se fue y la dejó sola, Diana caminó por el salón, la luz del sol se colaba por los ventanales, abiertos de par en par y podía ver bien, al fondo, estaba la mansión Dion, destruida por aquel trágico incendio, tuvo un recuerdo que vino a su mente como un rayo

Ella era una institutriz de la familia Dion, cuidaba al pequeño Robert, padre de Valentina, hacía tantos ayeres, se enamoró de Oliver Dion, pero supo con rapidez que él solo quería de ella su cuerpo, fueron tiempo difíciles, hasta que se enamoró del nuevo vecino de los Dion, Xavier Brighton, que tenía una hija, y buscaba una institutriz, ella abandonó entonces a los Dion y fue a la mansión Brighton, Xavier se enamoró de ella, y no dudó en convertirla en su esposa.

Diana volvió al ahora, su mano sostenía su vientre, con un poderoso secreto, sellando sus labios.

—Después de tantos años, Oliver, siempre te amé a ti, aunque no lo merecieras, por eso siempre cuidó a Valentina, ella es la única conexión pura, que siempre me lleva a ti.

Valentina estaba recostada en la cama, no había comido, ni dormido, estaba rota por dentro, escuchaba que tocaban la puerta, pero no abría, hasta que escuchó que alguien abrió, quizás era la empleada, pero luego Meredith estuvo ahí, ella alzó la cabeza, y miró sus ojos, lloraba

—¿Te enteraste?

Meredith asintió y se abrazaron con fuerza

—¡Lo siento tanto!

—¡Me dejó, Meredith, me pidió el divorcio! ¿Por qué? Lo he amado, lo he adorado con locura, he dado lo bueno que hay en mí, ¿Qué hay de malo en mí?

—No digas eso, Val, tú eres perfecta, y mi tío es un imbécil, ¡Lo odio!

—No digas eso, él siempre será tu tío.

—Pero, te hace sufrir, y solo tengo ganas de golpearlo —exclamó furiosa, y abrazó a su amiga que se veía tan mal, Meredith y Valentina eran amigas desde que nacieron, sus padres fueron mejores amigos también

—Debo irme de aquí, Meredith.

—¡Claro que no! No perderé a mi amiga, que se vaya él, tú volverás a casa, conmigo, y estaremos juntas, ¿Olvidas que iré a Harvard? ven conmigo, ven a Boston, conmigo, y el siguiente año te preparas para ir Harvard.

—No quiero. No quiero nada —sentenció con amargura.

Cuando la noche llegó, Meredith se fue, Valentina permaneció en su alcoba, escuchó a lo lejos el sonido de un auto llegar, pero no quiso prestar atención, no abandonaría la cama.

La puerta se abrió y él la miró, una punzada de tristeza y culpa lo embargaron

—Valentina.

Esa voz fue como una inyección de vida para ella, se irguió pensando que era el producto de sus fantasías, mas no era así, ahí estaba Scott, sosteniendo en sus manos unos papeles, y ella tuvo temor

—¿Qué es eso?

Él bajó la mirada, no quería sentirse de esa manera, como el peor de los hombres

—Son los papeles de divorcio, los que debes firmar.

Ella no evitó llorar de nuevo

—¿Tan rápido te quieres deshacer de mí?

—Lo siento, es necesario.

—No me has dejado siquiera digerir esto, mi mente es ahora tan confusa, no sé qué haré sin ti, ¿Me odias, Scott? ¿Merezco esto?

—Por favor, sabes que no, sabes que siempre te he apreciado mucho, yo quisiera hacerte feliz.

—¡Ni siquiera lo intentaste! —exclamó con rabia—. Ahora solo quieres deshacerte de mí, intenté dar lo mejor de mí, Dios es mi testigo, pero nunca me disté una oportunidad.

—No hagamos esto, no peleemos, no nos destrocemos, terminemos como dos personas maduras.

Ella se sentó, quería negarse, romper los papeles, obligarlo a quedarse a su lado, ¿De que serviría? Ella recordó sus palabras; al amor no se le obliga

—¿Dónde debo firmar? —exclamó repentina, dejándolo perplejo por su nueva mesura, él tomó los papeles, y le extendió un bolígrafo.

Ella abrió la carpeta, él señaló donde debía firmar y dijo que podía leerlos

—Lee con calma, no hay prisa.

Ella sonrió con ironía, firmó con rapidez, luego se lo extendió, él se sorprendió de su apuro y los tomó

—Ahora ya eres un hombre libre de mí, felicidades.

—Siempre vas a contar conmigo, además, nos veremos, perteneces a mi familia.

—Me iré —sentenció y vio su perplejidad

—¿A dónde?

—Creo que iré con Meredith a Boston.

—Eso es bueno, estudiar, nuevos aires, será bueno para ti.

Ella bajó la mirada

—Ya debes irte —dijo con dolor. Scott la miró con dolor, odiaba saber que se iría y ella lloraría por él, no quería eso

—No quiero que te quedes llorando por mí —él se puso de cuclillas, justo frente a ella, tomó sus manos, y notó su tensión, ella quería alejarse, pero él la retuvo—. Yo no te merezco, Valentina, no soy bueno para ti, y cuando lo comprendas, te reirás de esto, dirás que fue bueno librarte de mí, perdóname, deseo que seas muy feliz.

Ella no quería ver sus ojos, pero luego clavó su mirada en la suya, había dolor, resentimiento y melancolía por sus sueños rotos

—Lo haré, un día me despertaré y ya no serás importante, sin ti el mundo girará, seguiré respirando, estoy convencida de que, en algún momento, algún día, tú te acordarás de mí, y desearás que estuviese a tu lado, sabrás que todo el amor que buscas ahora, lo tenías conmigo, y lo perdiste. Juro que así será.

Había oscuridad en la mirada de Valentina, Scott bajó la mirada, era como una amenaza

—Está bien, si quieres terminarlo todo así, entiendo. Pero, yo quiero hacerlo bien, quiero decirte que eres especial, siempre, sin importar el tiempo, si tú me necesitas, estaré aquí.

—Yo nunca te necesitaré —sentenció con rabia—. Nunca volveré a ti.

Él asintió, decepcionado, estaba por irse, y ella lloró, él se detuvo, Valentina se levantó

—Cuídate, Val.

—Espera… —dijo y colgó sus manos a su cuello, besando sus labios con vehemencia, él la rechazó—. Solo concédeme el último beso —dijo ella con voz casi sensual, él miró sus ojos, sintió su aliento, su mirada suplicante, no pudo negarse, sus manos estrecharon su cintura, y sus labios besaron los suyos, era un beso suave, que apremió pronto, sus lenguas se acariciaron, se dejaron llevar, ella se estremeció, acarició su cabello y él se encendió de deseo, ella lo besaba con pasión, era su último beso, Scott la pegó a su cuerpo, ella pudo sentir su virilidad despierta, cegados de ganas cayeron en la cama, sus labios abandonaron su boca, para besar su cuello, las manos de Scott acariciaron piel, y entonces se frenó, volvió a la realidad, ¿Qué hacía? Se alejó rápido, sabía que ella siempre le provocaba eso, era tentadora, desde aquel día en la casa de la bahía

—Debo irme —dijo con la voz jadeante, ella se irguió, su rostro blanco, estaba sonrojado, asintió

—Adiós.

Scott la miró confuso, recuperó el aliento

—Adiós, Valentina —dijo y se fue.

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