Los meses siguientes, Ismael se dedicó a cumplir estrictamente con su trabajo. Acabado su turno, firmaba su hoja de salida y se marchaba con premura a su casa.
Por un momento pensó en la idea de trasladarse a otro hospital, de empezar de cero, ya que su mala suerte parecía exigirle un cambio; sin embargo, desechó el pensamiento consciente de que había trabajo mucho para estar en ese lugar. Era el mejor hospital de la ciudad y no quería perder su trabajo por un desliz.
El embarazo de Sofía ya era de conocimiento público y ella no dejaba de pasearse con su barriga por todo el hospital. Se negaba a la idea de tomarse unas vacaciones, asegurando que no las necesitaba.
Siempre que por casualidad se encontraban, recordaban la última conversación en su despecho, la manera en que lo trató.
Había llegado a conocer a su famoso esposo, un hombre rubio y alto, con aire aristocrático. Un empresario de renombre, según escuchó. Aunque no dejaba de verlo como un completo imbécil al que le montaban c