Poco a poco, se iba soltando. Regina se sentía tan libre, era un tipo de libertad que no había experimentado antes. Un sentimiento que le llenaba de plenitud, de anhelo por hacer todo aquello en lo que siempre se había sentido limitada.
Por el contrario, sus problemas parecían haberse solucionado mágicamente. El divorcio era un hecho, el trabajo la mantenía ocupada, y el acoso de Ismael había cesado.
«Todo estaba bien», se dijo convencida.
Pero a pesar de esto, no podía evitar que en las noches un vacío inexplicable le asaltara el pecho. Era como una punzada de melancolía que se clavaba en su corazón, una sensación de que algo faltaba, de que había un espacio desocupado. Se negaba a aceptar la verdad y era el hecho de que extrañaba a Nicolás, extrañaba dormir a su lado.
Pero debía acostumbrarse a su nueva realidad, la puerta se había cerrado de forma definitiva, y lo mejor era que se acostumbrara a la soledad, porque pasaría un buen tiempo así.
Ese día, se levantó bien temprano, ante