El día de la segunda sesión de “quimioterapia”, Alicia se encerró en el baño del hospital.
Se miró en el espejo y una sonrisa curvó sus labios.
Había llegado el momento de hacer algo decisivo, que hiciera de toda esa farsa un verdadero espectáculo.
Tomó una máquina de cortar cabello y, sin dudarlo, se la pasó por la cabeza, mechón tras mechón.
Su cabello marrón de un largo que llegaba hasta la cintura comenzó a caer a montones en el suelo.
Era un sacrificio, sí, uno grande, pero sabía que era necesario. Si quería que esta falsa fuera completamente creíble, ya habría tiempo de comprarse pelucas y ponerse bonita.
Una vez que su cabeza quedó sin un solo cabello, agarró una pañoleta suave y la ató alrededor de su cabeza, cubriendo su calvicie. Luego, con un estuche de maquillaje que siempre llevaba consigo, repitió el ritual de la primera sesión.
—Sí, estoy bien —murmuró, sintiéndose satisfecha con el resultado.
Estaba lista para su papel.
Salió del baño y se acostó en la cama. La en