El hombre sonrió, una sonrisa corta y escalofriante, una sonrisa que parecía esconder intenciones perversas.
Y, antes de que Regina pudiera decir o hacer algo más, él la besó violentamente.
Esta vez no pudo evitarlo, no pudo esquivar el rostro ni hacer nada para detenerlo, porque las manos de Nicolás la agarraban fuertemente por la nuca, inmovilizándola.
Su cuerpo la empujó, sus pies se movieron de manera involuntaria y entonces sintió la pared en su espalda.
Los gruñidos masculinos le estremecían el cuerpo entero, mientras ella luchaba. Pero era inútil. Su fuerza era una burla delante de la fuerza de aquel hombre. Un hombre que no solo estaba alcoholizado sino también furioso.
—Dices que te toca mejor que yo… dices que te hace gritar más que yo —se separó ligeramente y entonces sus ojos se encontraron con los suyos—. No te creo, Regina. Mientes —aseguró.
—No me importa si me crees o no. Yo no tengo que…
Pero él la besó de nuevo, acallando su arremetida, impidiendo que siguiera min