Cuando los ojos de Regina se posaron nuevamente en los de Ismael, la determinación en su semblante era innegable.
Sí, aceptaría su propuesta y lo que sea que tuviera para ofrecerle.
Luego de hacer un trato con el diablo, sentía que este acuerdo con Ismael era justo y necesario.
Su alma necesitaba un poco de la calidez del hombre frente a ella.
—Sí —dijo—. Yo también quiero que seamos más que amigos.
Ismael sonrió instantáneamente. Fue una sonrisa ancha y resplandeciente.
Un silencio cómodo llenó el aire y entonces se acercó.
Su aliento cálido rozó sus labios. Ella se encontró a la deriva, sus propias extremidades temblando, incapaces de moverse o resistirse a su hechizo. Aunque resistirse era lo menos que quería justo ahora. Y entonces sus bocas se encontraron sin demora. Al principio, sus labios se movieron torpes e inciertos, como si hubieran olvidado lo que era dar un beso. Haber pasado cinco años en coma, comenzaba a pasarle factura en el momento menos deseado. Pero los de Ismael