Regina tragó saliva.
Se encontraba frente a la cafetería en la que había pactado verse con Ismael.
Miró por el cristal de la ventana y entonces comprobó que su cita ya se encontraba ocupando una mesa del sitio.
—¡Ay Dios! —gimió, sintiéndose repentinamente nerviosa.
Para empeorar su malestar, el hombre alzó la mirada en ese preciso instante y entonces la miró.
El gesto de saludo que le dedicó fue tímidamente correspondido, al tiempo en que entraba al local y se dirigía a la mesa predispuesta para los dos.
—Hola —lo saludó, dándole un corto beso en la mejilla.
—Hola, Regina. Qué gusto verte.
Ambos se sentaron uno frente al otro, mirándose por varios segundos hasta que apareció un camarero en busca de la orden.
El aroma del café recién hecho invadía el espacio, eso, y la esencia misma de su acompañante, quien debía de reconocer que usaba un perfume muy masculino.
Se acomodó mejor en la silla, apartando esos pensamientos, mientras sostenía la taza de café que acababan de traerle. Estab