Los meses habían pasado trayendo consigo nuevos comienzos. La vida de Sofía ya no se sentía como un campo minado. Aunque seguía sin ser perfecta, pero ahora contaba con la presencia de los que realmente quería y le importaban.
Se había alejado de William, de sus padres y de todos aquellos que no le sumaban.
Junto a Ismael había creado una nueva rutina, una que consistía en llevar al pequeño Liam a la cama. Así que todas las noches estaban allí, juntos, para verlo dormir.
—Dulces sueños, campeón —susurró él, antes de besar la frente del niño.
Cuando cerraron la puerta, se fueron a su recámara. Hicieron el amor sin prisa. Con besos húmedos y lentos, con una conexión tan intensa que casi dolía, porque el momento de alejarse siempre era doloroso. Después de que terminaron, se recostó en el pecho de Ismael, con una pierna sobre la suya, escuchando el ritmo de su corazón.
—¿Sabes? —dijo él, con voz ronca pero tranquila—. Estoy harto de esta situación.
—¿Qué situación? —Levantó la cabe