En ocasiones, ocurren momentos que son cruciales en la vida de alguien. Son decisiones que pueden transformar el rumbo de una vida y afectar profundamente a quienes están involucrados. En la tranquilidad del bosque, donde el tiempo transcurre al ritmo de las estaciones, se entrelazan destinos en una trama de amor y decisiones. Esta es la historia de Áster, Lucía y Fausto, cada uno guiado por sus anhelos y temores, ellos enfrentaran decisiones que alteraran sus destinos de manera irreversible. Desde los hermosos días de primavera hasta las melancólicas noches del invierno, cada cambio estacional marca un nuevo capítulo en sus historias entrelazadas. Y todo inicia cuando Áster el futuro alfa del pueblo rechaza a su compañera destinada.
Leer másEra inicios de otoño, y en medio de un bosque florecía un pequeño pueblo rústico donde todos se conocían y guardaban un gran sentido de compañerismo. Las hojas de los árboles empezaban a teñirse de tonos dorados y rojizos, creando un paisaje pintoresco y nostálgico. El aire fresco traía consigo el aroma de la tierra húmeda y las chimeneas comenzaban a soltar su característico humo blanco al atardecer.
Ese día iba a darse inicio a una festividad muy esperada: la elección de la compañera del hijo del jefe de la aldea. Áster, de 28 años, había crecido bajo la atenta mirada de sus padres y el cariño del pueblo entero. Era conocido por su carácter amable, aunque también había quienes lo consideraban algo distante y reservado.
Áster caminaba por la plaza del pueblo, donde los aldeanos ya estaban preparando los adornos para la ceremonia. Las mesas estaban cubiertas con manteles coloridos y algunos adornos.
—Nunca imaginé que este día llegaría tan rápido —comentó Áster a su amigo Teo, mientras observaba a las personas ir y venir con sonrisas expectantes.
—Tu padre siempre ha pensado en tu bienestar. Quería que disfrutaras de tu juventud sin preocupaciones —respondió Teo, dándole una palmada en la espalda.
Áster asintió, pero en su interior sentía un torbellino de emociones. La responsabilidad que estaba a punto de asumir pesaba en su mente. Sabía que encontrar a su compañera no solo era un paso importante para él, sino también para el futuro del pueblo.
Por otro lado, su madre lo observaba desde una distancia, recordando los años en que Áster era solo un niño curioso y juguetón. Se acercó a su hijo y le tomó la mano con ternura.
—Estamos orgullosos de ti, Áster. Has crecido mucho y sabemos que tomarás las mejores decisiones —dijo Loreta, con los ojos brillando de orgullo y un poco de nostalgia.
Áster sonrió y apretó la mano de su madre. La ceremonia bajo la luz de la luna llena era una tradición que se había retrasado por decisión de su padre, quien siempre había querido proteger a Áster de las responsabilidades prematuras.
Cuando la luna llena comenzó a asomarse por el horizonte, todos los aldeanos se reunieron en la gran plaza. La música llenaba el aire y las risas resonaban en el ambiente. Sin embargo, Áster sentía una presión en el pecho, una mezcla de ansiedad y expectativa.
—Bueno, Bueno… mírame soy toda lágrimas y aún hay tanto por hacer. Aun debes vestirte apropiadamente hijo, así que hay que darse prisa —Dijo presurosa Loreta mientras tomaba una mano de su hijo y lo llevaba directo a casa seguido de su padre.
Dejando detrás este singular pueblo que guardaba una particularidad que podría sorprender a los extraños, aquí vivían hombres lobo. Antaño, muchos pueblos y grupos de hombres lobo coexistían tranquilamente; sin embargo, con el paso del tiempo, estos se fueron aislando para protegerse de otros clanes debido a distintas diferencias. El bosque que rodeaba el pueblo era testigo mudo de estas historias.
El padre de Áster, hace 30 años, tuvo que enfrentarse a otro grupo que amenazaba la seguridad del pueblo. El enfrentamiento había dejado cicatrices tanto físicas como emocionales, y desde entonces, la protección del pueblo se convirtió en su prioridad. Aunque la transformación en hombre lobo era una cuestión hereditaria, no siempre se garantizaba que los hijos también tuvieran esa habilidad. De hecho, muy pocos ahora podían transformarse y aquellos que podían eran considerados los guardianes del pueblo.
Ya era sabido por todos que la persona de quien Áster estaba enamorado era Federica, una joven de 23 años, risueña y llena de vida, hija del herrero del pueblo. Federica había llegado al pueblo cuando tenía solo siete años, acompañada por su familia, que fue recibida con los brazos abiertos. Desde entonces, se había convertido en una figura querida por todos, con su cabello rubio como el oro, sus ojos verdes como la hierba floreciente y su tez blanca y lechosa.
Federica siempre había sido una chica servicial y linda, conocida por su carácter alegre y su disposición para ayudar a los demás. Su belleza y amabilidad habían capturado el corazón de Áster desde hacía mucho tiempo. Sin embargo, no podían formalizar su relación hasta que el lobo de Áster la reclamara como su compañera, una formalidad que todos en el pueblo sabían que solo era un obstáculo menor, ya que el amor entre ellos era evidente.
Las celebraciones estaban comenzando y los niños corrían con flores en las manos y ropa blanca. Todos vestían de blanco, pues era una ocasión especial. Las risas de los pequeños resonaban por todo el pueblo.
Mientras tanto, en la casa de Áster, la más grande del pueblo, sus padres estaban emocionados por la feliz ocasión. La casa, decorada con guirnaldas y flores, vibraba con la anticipación del evento. Áster intentaba liberarse de los amorosos cuidados de sus padres, quienes se empeñaban en ajustarle la ropa. Su madre, Loreta, con lágrimas en los ojos, lo miraba con orgullo y nostalgia.
—Por favor, ¿podrían calmarse un poco? Es solo una ceremonia, ya sé en qué consiste —dijo Áster, un poco cansado por tantas atenciones.
Loreta, con su cabello color miel y sus ojos color plata, reflejaba tanto la belleza como la fuerza que había heredado su hijo. Lo miró, alto y fornido, tan parecido a su padre, y dijo con voz temblorosa —Es que realmente no pensé que llegaría este día. No dimensionas lo importante que es para el resto de tu vida.
Felipe, el padre de Áster, con su cabello gris y aspecto curtido por los tiempos difíciles dio un paso adelante y puso sus manos en los hombros del joven. Su mirada estaba llena de orgullo y sabiduría —Áster, cuando el momento llegue y tu lobo, no tú, sino el lobo que vive en ti, esa parte animal e instintiva, elija a tu compañera, sentirás que todo tu mundo se remece. Nada volverá a ser igual si no estás con ella. Esta noche, a la luz de la luna llena, será la ceremonia y es una gran ocasión —dijo Felipe con firmeza.
Áster, un poco aburrido pero agradecido por las palabras de su padre, respondió con confianza —Bueno, todos sabemos que Federica es mi compañera. Yo lo sé, lo siento en mí, y sé que esta ceremonia es solo una formalidad para que reconozcan a Federica como mi compañera. Así que no estoy tan nervioso como ustedes creen. Sé que mi lobo indudablemente irá hacia ella.
Loreta sonrió, limpiándose una lágrima, y asintió —Federica es una chica maravillosa. Estamos felices de que sea ella.
Loreta y Felipe, habiendo visto todos los años de interacción entre Federica y Áster, estaban de acuerdo en que eran una pareja destinada a estar juntas. Desde que Áster conoció a Federica, no había vuelto a fijarse en otra persona que no fuera ella, siempre cuidándola y protegiéndola con una devoción que solo crecía con el tiempo. Definitivamente, eran almas gemelas.
Tanto ellos como la familia de Federica estaban emocionados porque sus familias se convertirían en una sola. Loreta y Felipe ganarían una hija, y de ahí en más, Áster y Federica se convertirían en los siguientes líderes de la aldea. Estaban seguros de que Áster cumpliría con su rol de proteger a la aldea en un futuro lejano, cuando la oportunidad se presentara.
Mientras tanto, en la casa de Federica, su cabello estaba siendo bellamente decorado con flores por su madre. Las paredes de la casa estaban adornadas con guirnaldas y el ambiente estaba lleno de risas y lágrimas de felicidad. Su padre, con los ojos brillantes de emoción, no podía contener las lágrimas que corrían por sus mejillas.
—Eres tan hermosa, mi pequeña —dijo su madre, con una voz cargada de orgullo y ternura—. Este es el comienzo de una nueva vida para ti.
Federica, mirando su reflejo en el espejo, se sentía la mujer más dichosa del mundo. A pesar de sus cortos 23 años, estaba llena de ilusión y emoción, lista para comenzar esta nueva etapa junto a Áster. No podía esperar a que el momento llegara.
—Gracias, mamá. Gracias, papá. No puedo creer que este día finalmente haya llegado —respondió Federica, con una sonrisa radiante y los ojos llenos de lágrimas de felicidad.
—Estamos tan orgullosos de ti, Federica. Sabemos que serás una líder maravillosa junto a Áster —dijo su padre, abrazándola con fuerza.
Mientras sus padres la llenaban de palabras de felicitación y emoción, Federica solo pensaba en el futuro que la esperaba junto a Áster. Sabía que su amor era verdadero y que juntos podrían superar cualquier desafío que la vida les presentara.
En otro lugar, ajena a toda esta algarabía, se encontraba Lucía, una chica de 27 años con cabello castaño oscuro, ojos color avellana y piel un poco tostada por el clima y el continuo trabajo que había realizado desde muy joven. Mientras el pueblo celebraba, Lucía terminaba los últimos encargos que tenía por el día en su pequeño taller.
Lucía había aprendido el oficio de costurera y estaba terminando un vestido y una capa que le habían pedido por encargo. Debía agradecer que ese día era la fiesta de compromiso del futuro jefe, así que le dieron un poco de tiempo para terminar y felizmente completó el encargo a tiempo. Con esmero, ajustó las últimas puntadas, asegurándose de que todo estuviera perfecto.
Al terminar, Lucía suspiró aliviada y observó su trabajo con satisfacción. El vestido era de un blanco inmaculado, adornado con pequeños bordados de flores, y la capa tenía un delicado forro que le daba un toque elegante. Sabiendo que había hecho un buen trabajo, sonrió para sí misma.
Después de eso, para entregar su trabajo a la clienta, tenía que ir con su hermano Lou al centro del pueblo para presenciar la ceremonia, pues habría comida gratis, algo que a ambos les interesaba mucho. La cosa era que Lou y los padres de Lucía, Pascual y Clara, ya se habían adelantado, así que técnicamente ellos ya le estarían esperando allí.
Terminando de colocar todo en una cesta, Lucía ordenó su pequeño taller, dejándolo limpio y pulcro, con todo en su lugar. Tomó un momento para contemplar el espacio ordenado, su refugio y su lugar de trabajo. Luego, con la cesta en la mano, salió al encuentro de su clienta, una vecina que vivía al otro lado del pueblo y que había solicitado el encargo para su hija de 16 años.
Mientras caminaba por las calles adoquinadas, Lucía observaba la efervescencia del pueblo. Las casas decoradas con guirnaldas y flores, las risas de los niños que corrían con ropa blanca, y el aroma de la comida festiva que llenaba el aire. Aunque no podía evitar sentir una pequeña punzada de envidia por no estar tan involucrada en la celebración, se recordó a sí misma que esta era una oportunidad para descansar un poco y disfrutar del evento con su familia.
Al llegar a la casa de la vecina, tocó la puerta con suavidad. Una mujer de mediana edad, con una cálida sonrisa, le abrió.
—¡Lucía! Justo a tiempo, querida. Mi hija está emocionada por ver su vestido —dijo la mujer, invitándola a pasar.
—Aquí está, señora Martínez. Espero que le guste —respondió Lucía, entregando la cesta con cuidado.
La hija de la señora Martínez apareció en la puerta de la sala con los ojos brillantes de anticipación. Al ver el vestido, dejó escapar un pequeño grito de alegría.
—¡Es perfecto! Gracias, Lucía. Es más hermoso de lo que imaginé —dijo la joven, abrazando a Lucía con gratitud.
—Me alegra que te guste. Disfruta de la fiesta esta noche —dijo Lucía, sintiendo una calidez en su corazón al ver la felicidad en el rostro de la joven.
Con su tarea cumplida, Lucía se dirigió al centro del pueblo para reunirse con su familia. Mientras caminaba, sus pensamientos volaban entre la satisfacción de un trabajo bien hecho y la expectativa de la noche por venir. Aunque no era la protagonista de la celebración, sabía que momentos como estos eran los que unían a la comunidad y llenaban su vida de pequeños momentos de alegría y conexión.
Después de caminar hacia el otro lado del pueblo para entregar el pedido e ir hacia el centro, el tiempo había pasado rápidamente, y ya estaba acercándose la hora del gran evento. El cielo comenzaba a oscurecerse, y las primeras estrellas aparecían tímidamente. Las linternas y guirnaldas iluminaban el camino de Lucía, creando una atmósfera mágica y festiva. Mientras caminaba, sus pensamientos se centraban en Lou. Él era un niño muy amable y cariñoso, y su relación era especial. Amaba mucho a su hermanito, ya que había ayudado a criarlo desde su nacimiento. Cuando Lou nació, Lucía tenía 14 años, y sus padres, Pascual y Clara, estaban ocupados trabajando en el campo, por lo que ella se encargó de cuidar al pequeño milagro de la familia.
Lou era muy amado por sus padres, pero también tenía un amor profundo por Lucía, reconociendo todo el cariño y cuidado que ella le había dado. Ahora, con 13 años, Lou era un niño lleno de vida y energía, y Lucía se sentía orgullosa de haber contribuido a su crecimiento.
Al llegar casi al centro del pueblo, Lucía vio a Lou esperándola con una sonrisa de oreja a oreja. Sus ojos brillaban con la emoción de la noche que se avecinaba.
—¡Lucía! ¡Aquí estás! Pensé que no llegarías —dijo Lou, corriendo hacia ella y abrazándola con fuerza.
—Nunca me perdería una noche como esta contigo, Lou. Vamos a disfrutar de las festividades juntos —respondió Lucía, devolviendo el abrazo con cariño.
El centro del pueblo estaba lleno de gente, todos vestidos con sus mejores galas blancas, riendo y charlando. Las mesas estaban llenas de comida deliciosa, y el aroma de los platillos tradicionales llenaba el aire. Las luces de las linternas reflejaban en los rostros felices de los aldeanos, creando una sensación de comunidad y celebración.
Lucía y Lou se abrieron paso entre la multitud, saludando a conocidos y amigos. Finalmente, encontraron a sus padres, Pascual y Clara, que los recibieron con abrazos y sonrisas.
—¡Por fin llegaron! Pensé que te habías quedado atrapada en el trabajo, Lucía —dijo Clara, mientras ajustaba un mechón suelto del cabello de su hija.
—Terminé a tiempo, mamá. No quería perderme tiempo con ustedes —respondió Lucía, mirando a su alrededor, disfrutando del ambiente festivo.
—Me alegra que estén aquí. Es un gran día para todos nosotros —añadió Pascual, con orgullo en su voz.
Mientras esperaba que el gran evento se levara luisa pensaba en que después del excelente trabajo que había hecho con el vestido y la capa de su última clienta, le habían encargado otro trabajo: hacer un pequeño conjunto para un par de gemelos. Casualmente, su nueva clienta era la hermana de su clienta anterior. Estaba muy feliz por eso, ya que significaría una ganancia considerable, permitiéndole ahorrar un poco más y dar pequeños lujos a su hermano, mientras su padres se habían alejado de ellos por ir a conversa con unos vecinos.
—Me encargaron un nuevo trabajo. ¿Recuerdas esos libros que me mencionaste antes? Tendremos un poco de dinero para comprarlos —dijo, guiñándole un ojo.
Lou, con los ojos brillantes de emoción, exclamó —¡Muchas gracias! Eres la mejor hermana del mundo, te quiero mucho, te adoro. ¡Eres la mejor hermana de todas!
Lucía rió suavemente, sintiendo una cálida sensación en su corazón. Sabía que, por el trabajo de sus padres, que eran agricultores, había meses buenos y temporadas del año que eran difíciles. Aun así, nunca pasaban hambre y siempre lograban solventar ciertos lujos. Sin embargo, los libros que Lou quería eran un poco costosos, y como hermana mayor, se alegraba de poder darle lo que deseaba.
—No puedo esperar a leer esos libros, hermana. He escuchado que son historias increíbles de aventuras y héroes valientes, de tierras muy distantes. ¡Será como vivir en otro mundo!
—Estoy segura de que te encantarán, Lou. Te mereces eso y mucho más —respondió Lucía, sintiendo una mezcla de orgullo y amor por su hermano.
Entonces Lou se separó como si recordara algo y que es que no recordaba si su amada hermana mayor había almorzado y rápidamente se separó de ella y dijo —Te voy a conseguir unas brochetas de carne que están deliciosas y tienes que probarlas. Pero tienes que esperarme por aquí, así que... no te muevas, yo vengo rápido.
Sin que Lou esperara a que ella dijera algo, se fue hacia los puestos de comida. Lucía observó cómo su hermano desaparecía entre la multitud, con una sonrisa en el rostro. Ver a su hermano menor feliz la hacía feliz. Lucía se quedó en su lugar, un poco lejos del evento principal. No estaba urgida por ver qué es lo que pasaba. Honestamente, las historias de amor y las relaciones de otros no le importaban mucho. ¿Era un poco extraño? Tal vez. Pero Lucía siempre había sido una chica centrada, dedicada a su trabajo y a cuidar de su hermano Lou. Desde que él nació, se había convertido en su mundo, y su vida giraba en torno a cuidarlo y mimarlo.
Observó a la distancia cómo las luces brillaban en el centro del pueblo, donde la ceremonia ya estaba comenzando. Los aldeanos se acercaban al pequeño escenario que se había erigido para la ocasión. Aun así, Lucía decidió quedarse donde estaba, esperando a Lou.
Dos años después.“Es irónico, ¿verdad?” se dijo a sí mismo, el tono de su voz cargado de una mezcla de desdén y resignación.Lou siempre había creído que la vida, aunque complicada, tenía una lógica interna, un orden que, a pesar de todo, se mantenía. Pero desde que las cosas habían cambiado dos años atrás, esa lógica se había vuelto una farsa cruel. Los acontecimientos que habían transformado su mundo le parecían absurdos, una retorcida broma del destino.Jamás en su vida, ni en sus pensamientos más oscuros, se hubiera imaginado a Áster y Fausto trabajando juntos por un mismo objetivo. ¡Por los dioses!, si al menos hubieran hecho algo noble, algo que beneficiara a los demás, como ayudar al pueblo o aportar algo valioso a la sociedad, entonces Lou podría haber encontrado algo de
Áster, todavía de pie en la puerta, lo observó en silencio, pero no había dureza en su mirada.Los pensamientos giraban en su cabeza, volviendo una y otra vez a Lucía. Algo estaba ocurriendo, y aunque no sabía qué, lo sentía en los huesos: su hermana estaba en peligro, y la clave estaba en Fausto.—Mira, si sigues insistiendo en esto ahora, no te va a ir bien —advirtió Áster, su voz fría como el viento que atravesaba el bosque—. Y lo peor es que... no querrás que el pequeño Ferus se sienta triste porque su tío está herido, ¿verdad?El corazón de Lou se tensó al escuchar el nombre de su sobrino.—¿Eso es una amenaza? —preguntó, su tono era bajo pero cargado de desafío. En su pecho sentía la presión creciente de la ira y la impotencia, un cóctel explosivo que hac
El sol caía lentamente sobre el horizonte cuando Lou y sus padres llegaron al pueblo. Las calles, tranquilas y bañadas en la suave luz dorada del atardecer, parecían acogedoras después de dos semanas fuera. Ferus, lleno de energía y con los ojos brillantes de emoción, no podía esperar más para ver a su madre. Aunque había disfrutado cada momento de su viaje, el pequeño de seis años aún tenía ese sentimiento punzante de extrañar a Lucía.Ferus tiraba con fuerza de la mano de Lou, apurándolo.—¡Vamos, tío Lou! ¡Quiero ver a mamá!Lou sonrió levemente, su propio cansancio suavizado por la energía contagiosa de su sobrino.—Ya casi llegamos —respondió Lou, tratando de calmar la impaciencia del pequeño.Cuando llegaron, la casa de Lucía parecía igual de tranquila
—No puedo... —dijo finalmente, su voz apenas un susurro entre los crujidos de la casa—. No puedo dejarte ir, Lucía.Su mano, grande y áspera, se posaba sobre la cabeza de Lucía con un toque inusualmente delicado, casi reverente. La cercanía de su presencia imponía un peso emocional que Lucía no podía sacudir. Cuando apartó un mechón de cabello de su rostro y lo acomodó detrás de su oreja teniendo cuidado con su garra para no lastimarla.—Lucía —susurró Áster, su voz grave con un tono que intentaba parecer conciliador, pero que no podía ocultar el subtexto —. Si te ayudo a salir de aquí, ¿podrías darme algo a cambio?Lucía se estremeció por dentro. Su mente estaba en un torbellino de pensamientos, el pánico mezclándose con una tenue esperanza. Las paredes a su alrededor parec&
Áster y Fausto se encargaban de la seguridad de la casa con una atención casi obsesiva. Las amenazas de los hombres lobo habían aumentado, cada vez más feroces, atacando a los pobladores en las sombras de la noche. Áster, siendo el hombre lobo Alfa, no tenía más opción que enfrentar a los agresores, defendiendo tanto su posición como a los inocentes. Cada pelea terminaba con bajas, y los rumores sobre sus hazañas circulaban rápidamente, creando un mito en torno a él.Mientras Áster se encargaba de las peleas, Fausto se mantenía cerca, siempre alerta, aunque su mente a menudo vagaba hacia Lucía, quien lo esperaba en casa. El conflicto interno lo carcomía. El lazo que tenía con Áster era tan complejo como tenso, y la creciente cercanía entre ambos había llamado la atención de Loreta, la madre de Áster.Esa tarde, Loreta
Él había dejado la bandeja de comida en una mesa cercana, pero sus palabras resonaban en el aire mucho más que el ruido de los objetos. Cerró la puerta con un sonido sordo y frío, que hizo eco en la cabeza de Lucía, quedando solos ella y él.—Es precisamente eso —murmuró Áster, con la voz apagada, como si tratara de encontrar las palabras correctas—. Yo ya estaba cansado de esa vida... No te malentiendas, me gustaba... era agradable al inicio. Pero con el paso del tiempo... ya no pude reprimir mis impulsos... —Su mirada se oscureció aún más, y su tono se tornó más grave—. El lobo que llevo dentro, Lucía... No puedes entender lo que es... Hice lo imposible, lo reprimía noche tras noche, pero tarde o temprano, esto iba a pasar y lo sabía.Lucía lo observaba, sus ojos llenos de confusión y lágrimas conten
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