¿Cena o cita?

—Por ahí —señalé un lado del establecimiento.

Enzo giró y tiró del freno de mano en el aparcamiento. No íbamos vestidos para estar allí, las mesas estaban algo vacías porque era tarde y cerrarían en una hora y media así que quedaba la gente que apuraba sus cenas y un par de parejas que pedían para una cena rápida. Sé que llamábamos la atención, yo con mi vestido tan perfecto y su americana por los hombros y él tan atractivo con su traje y esa camisa blanca que se le ajustaba a los brazos duros que tenía. 

Pedí la cena, tiras de pollo suficiente para los dos, una hamburguesa que Enzo quería y algunas nuggets además, y agua, mucha agua, tenía la lengua necesitada de ello. Mientras la cena salía caminé hasta un asiento alejado del resto y estuve a punto de quedarme descalza y subir los pies al asiento. 

Llegaré en un par de horas.

Le respondí a Evan. Él no taró en aparecer tecleando, sorpresivamente escrubió bien, sin letras raras por el efecto de las cervezas. 

No te preocupes nena, he salido con los chicos a ver un partido. 

Claro, no sé ni porqué creí que de verdad estaría en el apartamento esperándome para la "noche romántica" Dejé el teléfono sobre la mesa y levanté la cabeza cuando las bandejas con comida aparecieron en mi cara. Enzo se sentó delante de mi y parecía irreal ahí sentado con esas pintas y lo grande que era. 

—¿De qué te ríes? —me preguntó. 

—No pegas aquí, eso es todo. 

No, era más un hombre de comer bistec en un restaurante refinado con todo timpo de cubertería. Un hombre que sacaba a las mujeres a las mejores citas de sus vidas y yo le llevé al Cick-fil-A. Éramos todo lo contrario. Ni aún pensándolo ni sacándole fallos entendía cómo estaba soltero. Enzo era increíble y ¿qué cosas tenía mal? Que no sonreía, que era un hombre frío enfocado demasiado en el trabajo y con notables problemas afectivos. 

Pasamos un rato en silencio, comiento y matando el hambre, estiré la mano hacia mi botella de agua y el anillo brilló con fuerza por las blanquecinas luces del techo. Junté las manos y me lo empecé a sacar. 

—Te lo puedes quedar. 

Estaba loco. 

—Estás loco.

—En un idioma que te entienda, por favor. 

—Que no me lo voy a quedar. Es demasiado. Además, lo podrás usar cuando te cases de verdad. 

Soltó casi una risa que pudo haber sido perfectamente un resoplido. No le di muchas vueltas, Enzo no hablaba de su vida y no me diría más. Me saqué el anillo y lo metí en el bolsillo de la americana que quedaba sobre mi pecho. Me sentí la mano muy ligera después de haber estado cargando con esas piedras preciosas por horas. Poco después me sonó el teléfono, la pantalla se iluminó y saltó un número que no tenía agendado pero que conocía muy bien de memoria. Miré a Enzo, él me miró y dejé que corriera la llamada. Estaba siendo un día medianamente entretenido cómo para fastidiármelo de esa forma tan problemática. 

—Puedes cogerlo. 

—No, está bien así. 

Seguro que llamaban para decirme que mi madre había intentado escaparse, o que había conseguido pasar droga; lo normal en ella, yo ya tenía suficiente. Si hubiera llegado a tener la misma capacidad que ella para no tener afecto por nadie... Pero la tenía, y apesar de todo era mi madre. No sé que esperaba pagándole todos los tratamientos y la institución, ¿que dejara de drogarse? ¿Que no volviera con aquel hombre? ¿Que aprendiera a ser una buena madre? Creo que en el fondo sabía que sólo estaba retrasando su muerte que ella tanto parecía buscar. 

—¿Todo bien?

Asentí e intenté poner una sonrisa. Esa sonrisa de compromiso que sacabas hasta en preguntas tan simples como esa. 

—A mi no me vengas con esa m****a —me soltó.

Fruncí el ceño. 

—¿Con qué? —dudé. 

—No sonrías tanto. Llevo un año viéndote y el ochenta por ciento de veces que sonríes lo haces por compromiso. 

—No sabía que eras psicólogo.

Y dejé de sonreír. No estaba de muy buen humor pero aún así disfrutaba ese día más que el resto porque tenía cosas diferentes, ¿cuántas chicas fingían estar casadas con tus jefes? Sin duda fue entretenido y mucho mejor que mi rutina de discutir con Evan o estar tirados en el sofá fingiendo que sentíamos lo del principio.

—Soy observador. 

—Oh, vaya, ¿me observas? 

No se lo pregunté con segundas intenciones, fue una simple broma, una frase sin nada más, pero Enzo clavó sus ojos oscuros en los míos y sentí cómo me leía por dentro. Me puso inquieta. No creía de verdad que él me observara, era sólo su secretaria. Una chica diez años menos que él con muy poco mundo.

—Tienes algo que me intriga —confesó. 

<<Sí, claro>> Ironicé en mi mente. Yo era una cría de veinte años con muchos problemas y él un hombre de treinta con la vida resuelta. Éramos dos completos polos opuestos. 

—Ya, lo que sea —intenté minimizarlo—. ¿Por eso tú no sonríes? Deberías hacerlo más, te queda bien.

Enzo agitó la cabeza y vi el tirón de labios que intentó esconder. Sonreí, lo hice de verdad. 

Alargué la mano y mojé mi tira de pollo en la salsa barbacoa. Me encantaba Chick-fil-A. Me encantó disfrutar de estar allí con alguien con quién nunca imaginé. Enzo era un hombre serio y algo frío al hablar, así que yo hablé más que él sobre cosas de mi universidad y conversamos sobre el trabajo ante la sensación de que jamás se metería en cosas más privadas de su vida. 

—¿Hace mucho que os conocéis? —me interesé. 

—Desde la universidad, Markus lleva años siendo un capullo de m****a, pero le soporto y hace un buen trabajo.

—Es un poco cotilla, marujea con los de la limpieza junto a la máquina de café y a veces viene a contármelo.

—Tiene treinta años pero jode como uno de cinco. 

Me reí pero se me cortó cuando el nombre de Evan saltó en mi teléfono. Me hizo resoplar y disculpándome con la mirada acepté la llamada. 

—Evan, llegaré dentro de poco. 

—Son casi las once, ¿sigues en la reunión? Puedo ir a por ti. Te echo de menos, nena. 

"Nena" Lo odiaba, era ridículo y sonaba peor con esa forma suya de arrastrar las palabras cuando bebía. 

—¿Has bebido? 

—Nah... sólo un poco —respondió. 

Ya pensaba seriamente en llamar a sus padres y contarles lo mucho que bebía y que ellos no sabian, se pasaba borracho la mitad del día y si lo metían a rehabilitación...

Alguien trasteó con su teléfono y Clark, uno de sus amigos, me habló. 

—Yo le llevo a casa, Kate, no te preocupes. 

—Gracias, Clark. Avísame cuando le dejes.

Colgé el teléfono y me quité el pelo de la cara. Yo era la primera que sabía que tenía que salir de allí, de Evan y sus mierdas y de una relación que no me aportaba nada. Estaba segura de que en sus momentos lúcidos Evan se acordaba de que me quería, pero yo ya no lo hacía nunca.

—Deberías dejarle —comentó Enzo. 

<<No me digas>>

—Gracias, Einstein, ya lo sé. 

No dijo nada más, pero sí que me preguntó por Carter y sus ganas repentinas de fastidiarnos en la fiesta. Eran socios y más de una vez pensé que se estaban pegando en su despacho. 

—Cada vez que va a la empresa intenta ligar conmigo, he pensado en tirarle la grapadora. A veces me parece que os estáis matando en tu despacho.

—Es un hijo de puta. 

—¿Siempre hablas así de mal? 

—Tú no hablas mucho mejor. 

—Pero yo tengo excusas, tú eres el millonario de negocios con una aparencia de pulcritud máxima que habla como un camionero —solté, y vi cómo intentó no sonreír. Ni siquiera lo pensé, estiré las manos sobre la mesa y puse mis dedos en sus mejillas estirando de ellas—. Sonríe, no vas a dar menos miedo por hacerlo. 

Me miró y me di cuenta de lo que hacía. Tenía la piel algo rugosa por el inicio de una barba incipiente. No le vi nunca con barba, tal vez por eso no aparentaba su edad. Enzo era un hombre que se cuidaba, se notaba que algún ejercicio debía hacer y que se afeitaba con los mejores productos del mercado a demás de usar algún tipo de colonia que olía cómo debía oler el cielo.

—¿Miedo? 

—Eres intimidante.

Volví a caer contra el respaldo del asiento y repasé el local. La gente se estaba marchando y enseguida nos quedamos sólos y decidimos que era hora de marcharnos. Una parte de mi no quería volver al apartamento, a mi vida tan aburrida llena de problemas, Enzo podía no ser el hombre más hablador pero tenía algo cómodo al hablar con él que me había relajado. Pero me levanté, apilé las bandejas y los papeles y los acerqué a la barra dónde el chico tras ella me agradeció con una sonrisa. Volví a Enzo y disfruté de que me abriera la puerta porque seguramente nadie volvería a tener un gesto así conmigo hasta dentro de un tiempo. Hacía más fresco y sí que me envolví en su americana. 

Enzo ya no me tocó mucho más, caminó a mi lado hasta el todoterreno, me abrió la puerta y sólo me apoyó la mano en la espalda para ayudarme a subir al coche. Dentro y mientras él rodeaba para entrar, me quité el collar y también lo metí en el bolsillo de su americana. No quería terminar la noche, estaba muy cómoda y Clark ya me avisó de que dejó a Evan borracho y tirado en el sofá del apartamento. Quedaba ya casi sólo un día para que se fuera y no podía esperar. Tenía pensado buscar algún apartamento durante esos días sola, tal vez encontraría uno al que podría mudarme lo antes posible.

—¿Ya está el capullo en casa? —me preguntó Enzo cuando tiró del freno de mano delante de mi edificio. 

—Sí.

Me desabroché el cinturón y tenía pensado quitarme la cacheta fuera del coche para dársela, pero cuando me bajé, él también lo hizo. 

—¿Qué haces? —dudé. 

—Te acompaño hasta la puerta.

Dejé que lo hiciera, subió las escaleras detrás de mi con las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones y al llegar a mi planta le pasé mi pequeño bolso y me quité la americana haciendo un intercambio. Me rebusqué las llaves y las cogí para que no hicieran mucho ruido y no despertar a Evan.

—Ha sido un placer al final —dije—. Me lo he pasado muy bien si le quito las conversaciones religiosas y otro par de cosas.

Metí la llave en la cerradura y empujé la puerta lentamente. En cuanto la fui abriendo lo vi, estaba tumbado en el sofá aún con la ropa puesta y las zapatillas, y la cocina seguía desordenada. Me pasé la mano por la frente y me quité los tacones. 

—¿Vas a estar bien? 

Giré la cabeza y asentí. 

—Sí, es lo de siempre —mascullé a desgana.

Apreté los labios y me despedí de él con la mano. Prácticamente me arrastré a la habitación y guardé el vestido con cuidado en una percha para ponerme el pijama y me tiré un buen rato limpiando la cocina. Sobre las doce y media de la noche, cuando terminé y ya estaba lista para irme a la cama, caminé hasta Evan y le desabroché con cuidado los botones de la camisa dejando ver su pecho duro y el abdómen con esas líneas musculosas que aún se le notaban un poco. Era un chico guapo, atractivo y con buen cuerpo, si no hubiera sido tan capullo, si hubiera sido un mejor novio... pero no lo fue. 

Le quité la camisa salpicada de gotas de alcohol y le cubrí con una manta que siempre teníamos sobre el respaldo del sofá. Casi por impulso me agaché y le dejé un beso en la frente acariciando sus rizos rubios. 

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo