El robo

El jueves llegó rápido y Evan se levantó animado y mucho antes que yo. Me despertó con besos en la espalda y unas caricias en los hombros. 

—Los hermanos están esperándome en el coche abajo —me dijo. 

—Vale —murmuré contra la almohada. 

Me desperecé un poco y giré en la cama sentándome contra el cabecero y la fina sábana cubriéndome los pechos desnudos. Evan se inclinó y me apoyó la mano en la mejilla dándome un beso cómo los de la noche pasada. 

—He encontrado esto sobre el televisor —dijo pegado a mis labios y se sacó mi tanga de lencería del bolsillo de los vaqueros—. Te quedaban de muerte.

Sonreí levemente y estiré la mano atrapándolos. 

—No tardaste en quitármelos. 

—Porque me gustas mucho más desnuda, eres la hostia de sexy. 

Me dejó una última caricia en la mejilla y se alejó para recoger su maleta del suelo y ponerse una gorra de beísbol hacia atrás ocultándose el jaleo de pelo que tenía. 

—Disfruta del viaje, pero no te pases. 

Evan asintió y volvió a darme un beso rápido para después coger el asa de su pequeña maleta y una caja de pesca que guardaba en lo alto del armario.

—Tranquila, te avisaré en cuanto lleguemos, y tú llámame si pasa lo que sea. 

Asentí y le despedí con la mano y un gesto de cabeza volviendo a tirarme a dormir en cuanto escuché las puertas cerrarse. Dormí hasta tarde, la primera vez en meses que lo hacía y pasé de la cama al sofá aún en pijama. Ni siquiera bajé a comprar comida para llenar la nevera porque apenas teníamos cosas, pedí una pizza a domicilio y desperdicié un día entero sintiéndome de lo más relajada. 

El viernes sí que salí a comprar y mucho antes de coger el carro de la compra del supermercado, el teléfono empezó a sonarme. ¿Enzo? ¿Con su número privado? 

—¿Puedes trabajar esta tarde? 

—Estoy de vacaciones. 

—Te pagaré.

—No es por dinero, es porque espero tirarme el día entero en pijama. 

Sí, y buscando apartamentos baratos, y solucionando los problemas de mi madre para ver cómo podía reducir esos gastos, y tal vez vendiendo el coche. ¿Por qué elegí Los Ángeles? ¡Era el sitio más caro del mundo! 

—¿Cuánto quieres? 

—¿Tú lo mides todo con dinero? —me quejé—. Eres un jodido sobrado. 

—Sigo siendo tu jefe, Kate —me recordó con la voz que ponía a todo el mundo en la empresa. 

Cogí un carro y lo empecé a empujar por el pasillo de la fruta. 

—Estoy de vacaciones, Enzo, ahora mismo sólo eres otro ciudadano más.

—Kate, necesito que me aclares la agenda de esta tarde, vienen los posibles clientes de la reunión del martes y Jasmine ha sido despedida y ha dejado todo con una letra de m****a. ¿Puedes asistir?

<<Aaarrrgg>>

Volví atrás, dejé el carrito en su sitio de vuelta y le colgué el teléfono. Por suerte la empresa no quedaba lejos y pensé que serían sólo un par de minutos. Aceleré y entrando al recinto privado de la empresa tuve que parar y rebuscar mi tarjeta de trabajo por si de milagro la dejé en el coche: no lo hice y tuve que dejarlo aparcado fuera. 

—Kate —me saludaron los de recepción de la planta baja—. ¿El señor Ross te espera? 

Enzo no era Enzo para sus trabajadores, era el Señor Ross. 

El señor Ross es un tocapelotas. —Sonreí y contesté en inglés—: Sí.

Me metí en los ascensores y me vi en el espejo de dentro. Creo que nadie jamás me vio así vestida: con unos pantalones largos de chándal, una camiseta de manga corta que en algún momento de los dos años le pillé a Evan y un moño algo desastroso porque yo iba, en principio, al supermercado a dos calles de mi casa. Intenté adecentarme, me quité el moño y me pasé los dedos logrando peinarme. Ni siquiera me maquillé a cómo lo hacía normalmente. 

Salí del ascensor en la última planta y caminé deprisa a golpear con los nudillos su puerta.

—Pase —bramó con esa voz dura, masculina y autoritaria. 

Empujé la puerta y me giré para cerrarla. Cuando volví a mirarle, allí sentado tras su escritorio con las mangas de la camisa arremangadas hasta los codos y el pelo revuelto... Estaba sexy. 

Sus ojos oscuros me repasaron y se relamió los labios. Quise apretar las piernas pero sería demasiado obvio así que sólo caminé hasta su lado y miré la agenda y un par de post its que había recogido del mostrador con la letra de Jasmine. Me agaché y conseguí entender su letra.

—¿Por qué ya no está Jasmine? —curioseé. 

Agarré un bolígrafo de su escritorio y empecé a transcribir en la agenda. Enzo se estiró y corrió su vieja silla que aún no había tirado hasta mi lado.

—Por inútil —respondió. 

Me dejé caer en a silla y Enzo la empujó hasta acercarme a la mesa. 

— ¿Contratarás a alguien más?

—¿No puedes llevar tú sola el trabajo? 

—Sabes que no puedo venir por las mañanas. Y necesitarás a alguien para cuando yo esté de vacaciones porque en las próximas dos semanas no existo. 

—Te estoy librando del capullo —comentó. 

Noté que eso de fingir estar casados por un día nos dio algo de confianza. 

—Ya tengo unos días sin él, se ha ido a pescar con sus amigos. 

No comentó nada, Dejó su brazo echado sobre el respaldo de la silla mirándome pasar a limpio las notas de Jasmine. Los socios llegarían en menos de veinte minutos y Jasmine ni siquiera pidió que organizaran la sala de reuniones. Llamé desde su teléfono para que se dieran prisa y anoté las cosas de las siguientes dos semanas aunque apenas tenía cosas. 

—¿Tú nunca coges vacaciones o qué?

—Me aburren —dijo. 

—Eso es de psicópata. 

—¿Tú no vuelves a Rusia por vacaciones? 

Quise reírme del chiste. ¿Volver a Rusia? ¿Qué tenía allí? Sí que pensé en ir y ver a mi madre, hacía años que no la veía pero cada vez que buscaba un billete de viaje me arrepentía. 

—No estábamos hablando de mi. 

—¿No quieres ver a tus padres? 

Fruncí el ceño y apreté el bolígrafo entre mis dedos. Enzo me miraba y no dejó de hacerlo cuando le pillé.

No —negué en ruso y me tuvo que entender. La palabra la conocía todo el mundo. 

Quería terminar cuanto antes y en cuanto me volví a echar sobre la mesa para terminar su agenda por las siguientes semanas, sonó su teléfono y casi por inercia del trabajo lo cogí yo.

—Los clientes del señor Ross ya han llegado.

—Gracia, Monique —colgué el teléfono y escribí rápido el último día. Cerré la libreta y me levanté—. Tienes la reunión y ya he terminado. Nos vemos en dos semanas. 

Él se agachó y sacó un talonario de un cajón.

—¿Cuánto quieres? 

Agité la cabeza, el dinero me iba bien, me iba genial, pero podía considerarlo un favor porque yo consideraba que teníamos una relacción más relajada que de jefe y secretaria.

—Nada, ha sido un favor, él último de mis vacaciones —le advertí apuntándole con un dedo—. Que te vaya bien con esos religiosos, diles que tu querida mujer está en las Bahamas tomando el sol.

Creo que le vi sonreír. 

Cogí el ascensor y en la planta de salida me encontré con los clientes.

—Señora Ross —me saludó uno de ellos. 

"Señora" Quería morirme. 

—Hola —sonreí—. Enzo les espera ya, tiene los mejores planes para vuestros negocios, estáis en las mejores manos. 

Los de recepción me miraron extrañados y salí por patas de allí lanzándome a mi coche. Volví a comprar, volví al apartamento y me quedé en la mesa de la cocina navegando por internet. Encontré un par de apartamentos asquerosos a buen precio e hice cálculos en una libreta sobre lo que podía llegar a costearme si me quitaba de encima el coche, el seguro, la gasolina... y a mi madre. 

Dejé las cosas de lado y marqué a aquel número. 

—Ekaterkina Kozlov, pido hablar con Ivenka Kozlov.

Sonó la voz de una máquina redirigiéndome a la oficina central del centro.

—¿Ekaterina? 

—¿Qué ha pasado ahora? 

—Te llamamos hace días.

—He estado ocupada. 

—Tu madre se ha ido. 

Resoplé. <<Cómo no>> Ironicé.

Ya volverá, siempre lo hace, no tiene a dónde ir. 

—Ya... —musitó el doctor—. Otra cosa, es sobre los pagos, hay una cuota sin pagar de quinientos mil rublos. Te mandamos correos electrónicos con las facturas puesto que tú eres la que está a cargo de ello. 

Estuve a punto de tener un infarto. ¡Más de seis mil dolares! ¡¿De qué?! Yo había pagado todo, cada més, y hasta más para las terapias intensivas de desintoxicación. Yo pagué todo y lo que tenía ahorrado era para irme. 

No me ha llegado ningún correo electrónico de aviso, además, he pagado cada més sin saltarme algún pago. 

Me froté la frente y empecé a ahogarme. No podía pagar seis mil dólares y seguir con el sueño de poder irme del apartamento. Tal vez debía moverme a Oklahoma o a un estado más barato.

Esuchcé al doctor revisar las facturas, darme números, mi número de cuenta bancaria y mis datos, los de mi madre, la dirección de los bancos, los cambios de moneda, y mi correo electrónico.

Ese no es mi correo. No es el que facilité al inicio. 

—Es el que me sale en el sistema con todos los mensajes y pagos a realizar.

Estaba segura de que no era mi dirección de correo, ¿por qué mentiría? Yo sé que papeles mandé, yo sé que datos puse. Tecleé con rapidez en mi ordenador remitiéndome a los mensajes y a mi correo, no tenía ninguno de la institución desde el año anterior, desde poco antes de navidad. Y ese no era mi correo electrónico. 

EkaterinaKzl11@g***l.com —aclaré. 

EkaterinaKlz11@g***l.com —dijo él.

No quise pensar tan mal pero era lo que seguramente pensaba. Mi madre era muy lista para lo que quería, ¿pero de verdad había cambiado mi correo electrónico? Podía ser.

Da igual, ¿y el dinero? 

—Llevamos meses sin recibir el dinero, dejamos a tu madre en su estadía pero ahora que se ha ido no podemos retenerla, ¿lo entiendes? 

—Sí, lo entiendo, pero yo he pagado. 

—¿Has mandado el dinero a la cuenta del centro? 

—Sí, claro, no se lo voy a dar a ella —bramé, pero de repente me acordé y quise tirarme por la ventana—. Menuda zorra. 

—¿Disculpa? 

Era una zorra, una madre de m****a y una ladrona. ¿Cómo coño se metió en sus ordenadores? Lo hizo, cambió mi correo electrónico y me mandó aquel otro. ¡Joder!

—No me mandasteis un correo con una cuenta bancaria nueva, ¿verdad? —indagué. 

Creo que el doctor también me entendió y su tono de voz fue más comprensivo cuando me explicó que jamás lo hicieron. Los dos lo supimos, mi madre de alguna forma u otra nos había robado. ¿Cómo pasó eso? ¿No se suponía que además estaba controlada? 

<<Puta terapia de tratar a los drogadictos como niños pequeños>> ¿En qué momento se decidía darles libertad a unos locos con addicciones y cargos criminales? <<Putos tratamientos hippies>>

—No pasa nada, veré cómo pagaré. 

Estuve a punto de romper el teléfono contra el suelo cuando colgué. Estaba ahogada. Hasta arriba. Me había quitado el problema de pagar la universidad pero aún tenía un préstamo del banco que pagar por los dos años que ya cursaba. Tenía dinero aparte para sucesos imprevistos por si en algún momento debía ir al médico. Y mis ahorros para poder dejar a Evan y empezar a vivir yo sola. 

Esa tarde llamé a un concesionario de coches que practicaban la compra venta, me ofrecieron una visita horas más tarde y me fui con mil doscientos dólares en mano. Aún me quedaba demasiado por ahorrar y se me ocurrió pedirle ayuda a los padres de Evan, pero eso era atarme más a él y a su familia. Volví andando a casa y por el camino frené en el banco, ingresé en la cuenta del banco de siempre los mil dólares y guardé los doscientos en mi cuenta personal. Necesitaba más, mucho más y no podía darme el lujo de perder todos mis ahorros y quedarme a cero. Podría invertir pero ¿qué? ¿Doscientos dólares? Enzo sólo aceptaba en su empresa a clientes de lujo, ¿y yo qué haría? 

Hasta pensé en tumbarme en la carretera. Pero no lo hice. Llamé a Enzo. 

—Puedo trabajar ésta semana siguiente a tiempo completo. 

—¿Tú no estabas de vacaciones? 

No estaba para chascarrillos. 

—¿Puedo o no? 

—Eres bienvenida cuando quieras. 

—Vale... Gracias, Enzo. 

Jamás me vi tan agobiada por el dinero. Ni siquiera cuando llegué de Rusia con mis ahorros de otros trabajos. 

Llegué agotada al apartamento, agotada y enfadada. Mi madre tenía un teléfono propio, no le dejaban usarlo dentro de la institución pero si se había ido y encima había robado, lo mínimo que tendría sería el número habilitado. Dio tonos y ni siquiera me lo cogió. ¡¿Se creía que no me iba a enterar?! 

Deseaba mis vacaciones y entonces lo que quería era tirarme por la ventana. No tenía familia, mi madre me había robado, debía seis mil dólares a una institutción y doce mil al banco por los dos cursos universitarios que llevaba. Estudiaba además una carrera de m****a y el único chico del que alguna vez estuve enamorada me hacía odiarle la mayoría del tiempo.

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