Vieja estirada
Invitamos a Tory y a Markus para que conocieran a Aleshka y trajeron regalos que ya no cabían en su habitación y Enzo tuvo la idea de quitar otra de las habitaciones y poner el cuarto de juegos de la pequeñas. Enseguida se llenó con los regalos del personal de la casa y los de nuestros amigos.

Y una mañana cuando ya hacía calor de verano y podía sentarme en la mesa del jardín para trabajar, me llamó mi madre. Enzo seguía durmiendo porque esa noche se despertó dos veces a cuidar de Aleshka y aún así ella estaba despierta cuando yo pasé a verla. Tenía un mes sólo y cada vez su cara era una mezcla más perfecta entre Enzo y yo.

Estiré la mano y mecí su sillita apoyada sobre la mesa. Agitaba las manos y manoteaba un sonajero que le colgué del asa.

—Hola —saludé cuando me llevé el teléfono a la oreja.

—Hija. ¿Qué tal las cosas? —me preguntó.

La escuché demasiado rara pero lo dejé correr. Estaba liada con mi siguiente trabajo periodístico por le cual ya me habían pagado y por el embar
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