No sé cómo le convencí ni cómo me convencí a mí misma de pasar cuatro días en San Petersburgo. Si bien es verdad de que nos quedábamos en una zona que jamás pisé, me lo conocía todo y sí que me hizo algo de ilusión volver allí.
—Nos vemos junto al río pero tú sola. Si veo a Nicolai nos daremos la vuelta —le advertí.
Pero llegamos primero y Enzo sacó a Aleshka del carrito sentándola en el muro frente al río.
—Oye, ¿qué haces?
—Tranquila, no le va a pasar nada —me aseguró.
Eso ya lo sabía pero se me subió el corazón a la boca y me incliné a su lado apoyándole una mano en el estómago a nuestra pequeña. Unos patos pasaron volando hasta caer en el agua y ella agitó los brazos.
—Es un pato —dije y señalé a unos pequeños—. Y sus patitos.
Enzo y yo hablamos de darle una educación bilingüe y me vi un monton de tutoriales de cómo se hacía eso.
Agitó las manos y se llevó los dedos a la boca con una sonrisa adorable sin dientes. Sonreí como una tonta y le di un beso en la mejilla re