La reunión

—¿Podemos ir a por algo de beber? —pedí.

—Necesito alcohol —dijo él a la vez. 

Nos miramos y se me escapó una fina risa. Juntos nos encaminamos a la barra tan grande que escondía a cinco camareros pendientes de la gente que les pedía.

—Señor Ross. 

Enzo frenó y apreté los labios. Le escuché quejarse muchas veces de eso, odiaba eso de "Señor". Giré la cabeza y un hombre junto a su mujer caminaron hasta estar delante de nosotros. Debían tener cincuenta años y caminaban enganchados del brazo como nosotros. Ella me miró y me dio una sonrisa que tuve que devolver. 

—No sabía que vendría acompañado —dijo el hombre y se inlcinó levemente casi en una reverencia. Hubiera soltado algo pero me repetí que cerrar la boca sería lo mejor para los dos—. Encantado, señorita, mi nombre es Esteban y esta es mi mujer Rosa. 

Asentí y no supe muy bien cómo actuar, por suerte Enzo se me adelantó. 

—He pensado que ya era momento de traer a mi mujer a una reunión —su brazo apretó el mío.

<<M****a>>.

Estiré la mano con el anillo, estaba para eso ¿no? Para enseñarlo. 

—Ekaterina, encantada —dije. 

El hombre me aceptó la mano y se la llevó a los labios. Le hubiera dado un zape en la boca sólo por intentarlo. ¿Quién coño hacía eso? Menudo rarito de otra época. La mujer aceptó mi mano y quise restregarle las babas de su marido por el vestido blanco que vestía. 

Enzo y el hombre empezaron a hablar y la mujer permaneció en silencio, parecía que llevaba eso muy marcado, el no despegarse de su marino y el no hablar mucho. Yo empecé a aburrirme a los diez minutos y giré la cabeza buscando algo con lo que entretenerme. Iba a necesitar alcohol pero no una de esas copas de vino que nos ofreció un camamero. Yo no bebía vino así que me quedé dándole vueltas a la copa.

—Eres muy guapa —dijo ella al fina. 

Levanté la cabeza de la copa y sonreí. 

—Gracias, usted... también.

La conversación se quedó allí y por suerte Enzo terminó su conversación de número y pudimos dar otra vuelta. Fue un coñazo y empecé a tirar de él hacia la barra. 

—¿No quieres el vino? —me preguntó. 

—Yo no bebo vino. 

Cogió mi copa y junto a la suya las dejó en una mesa que encontramos de camino a la barra. Él pidió dos vasos de whisky y nadie me preguntó por mi edad porque parecía que sobrepasaba los veintiuno. 

—¿Va a ser así toda la tarde? —le pregunté—. ¿No te aburres? Menudo coñazo —susurré. 

Enzo no se molestó en contestarme, cogió los dos vasos de whisky que nos dieron y levantó la cabeza tragándose su bebida, pidió otro y yo le seguí el paso y pedí otro. 

—Tampoco te pases —me controló. 

Puse los ojos en blanco y con dos vasos rellenados de whisky (de nuevo) Enzo esa vez me rodeó la cintura con su brazo y me puso la piel de gallina. Su mano era grande y abarcaba toda mi cintura apoyándose casi en mi abdómen mientras caminábamos. Lejos de ponerme incómoda me recorrió un escalofrío bastante erótico por las piernas. Nunca pude negar que Enzo me atrallera sexualmente, era increíblemente atractivo y masculino, y creo que estuvo una vez en la lista de los hombres más atractivos del país. Sin embargo jamás pensé en tener algo con él porque: 1) yo estaba con Evan y aun si las cosas eran una m****a no le engañaría porque le llegué a querer demasiado y; 2) no éramos para nada compatibles. Y si añadía un 3) porque era mi jefe.

Le di un ligero codazo en las costillas cuando atravesábamos la amplia estancia y pillé a muchas personas mirándonos. Él me miró y bajó la cabeza.

—¿Es normal que miren tanto? 

—Es la primera vez que asisto con compañía. 

Asentí y poco después nos interceptaron un grupo de hombres con mujeres y nos pusimos en cículo. Pensaba que hablarían de cosas de empresarios, de dinero y de números y de cosas diferentes, pero fueron a entrometerse en nuestra vida "en pareja". 

—No era sabido de tu compromiso —dijo una de las mujeres que parecía tener mi edad y acompañaba a un señor de (por lo menos) cincuenta años. 

—Ni de mi vida —dijo él y su mano se apretó a mi cintura—. Me gusta la privacidad. 

Por suerte se unió a la conversación otro hombre y Enzo nos disculpó para hablar con él más a solas. Creo que él también esperó hablar de negocios, pero apareció otra mujer y la conversación volvió a lo mismo. 

—Ya sabes lo del premio, queremos nuestro dinero en un sitio de confianza, con los mejores. 

—Mi empresa tiene a los mejores —aseguró Enzo.

Él asintió.

—Ya hemos hablado con Carter, su empresa tiene muy buenos planes pero se sabe en qué invierten muchos de sus clientes. No estamos a favor de esos tratos tan... paganos. 

¿Paganos? No entendí la palabra.

—Ha traído a una señorita de compañía —dijo el hombre—. Es vergonzoso. 

Enzo asintió. Oh, los cristianos súper religiosos. ¡Qué maravilla! Qué bien les sentaría saber que yo era su secretaria y todo eso era un trato de favores. 

—¿Y vosotros cuánto tiempo lleváis de matrimonio? —me dijo ella. 

Abrí la boca y le miré, Enzo me dio pie y no estuve muy segura de qué contar.

—Un año —respondí deprisa. 

—Oh —se sorprendió ella—. Tienes acento. 

—Es que soy rusa —respondí.

—Oh, qué interesante, sí que tienes rasgos muy soviéticos. 

Apreté los labios y asentí con la cabeza. Tuve que fingir un buen rato y creo que les caí bien e hice un buen trabajo porque Enzo lo comentó cuando nos quedamos solos y me llevó al enorme jardín con el cesped bien cuidado. De algo que también me daba cuenta según pasaban las horas, y las charlas, fue del control, de cómo muchos maridos controlaban a sus mujeres y ellas se dejeban. Enzo no me hizo nada de aquello y más bien le agradecí que respondiera a veces por mi. 

Estaba siendo algo fácil y creo que entendí porqué Enzo necesiaba eso de fingir. Una pareja siempre lucía mejor y sobre todo cuando me comparabas con otras mujeres que había allí y realmente te dabas cuenta de quién estaba desubicada. Había un par de chicas jovenes acompañando a enemigos de Enzo y era demasiado obvio que eran prostitutas. Además, Enzo tenía algo que hacía ver lo nuestro más real, tal vez era su mano en mi cintura, cómo me mantenía a su lado y cómo éramos capaces de caminar solos hablando de cosas aunque fueran de trabajo. 

—¡Enzo! —otro hombre se nos cruzó y estuve a punto de resoplar—. Enhorabuena, me han hablado de tu compromiso, nadie sabía nada. 

Volvió a apretarme a su lado.

—Me ha parecido un buen momento para enseñar algo más de mi vida. Esta es Ekaterina, mi mujer. 

Él me sonrió y me ofreció su mano que acepté. 

—Es una maravilla, he escuchado a Esteban hablar maravillas de vosotros y su mujer está encantada de verte con una mujer decente. Fran comenta que ahora tu empresa da más seguridad porque no te gastarás su dinero en prostitutas como hace Carter. ¿Me hablas de nuevo de esas tasas? 

Joder. Estaba funcionando y no sabía ni cómo. 

—Señor Ross, señora Ross —se acercó otro hombre—. ¿Podría venir un momento a hablar de las inversiones? 

Enzo me soltó y se inclinó hasta que sus labios casi rozaron mi oreja. 

—Te dejo un rato sola, no la jodas.

Sonreí y giré la cabeza pero al hacerlo y al él quedarse ahí, estuve a punto de tocar sus labios con los míos. El corazón se me subió a la boca. No creía que nunca pasaría algo por el estilo.

—No soy estúpida.

Vi cómo sus ojos se iban un segundo a los dos hombres mirándonos y a cómo más allá más gente nos miraba. Entonces lo hizo. Pegó sus labios a los míos y casi me dio un infarto. Me acababa de besar, no fue mucho, fue poner sus labios sobre los míos pero tuve que apretar las piernas. No tenía los labios gruesos y los tenía algo secos, pero fue un sólo roce que me dejó en otra realidad paralela. Se alejó cómo si nada y me dio un toque con su mano en la cadera.

—Cuídate —me dijo.

¡Me acababa de besar! ¡Sus labios en los míos! ¿Es que acaso eso era necesario para dar más la vista de un matrimonio perfecto y de confianza? No lo creía pero tampoco iba a decir nada, no me quejaba. 

Asentí y los hombres también se despidieron de mi dejándome allí con la mujer de uno de ellos. Era una muejr mayor y me hizo seguirla hasta dónde había más mujeres cotilleando, pero yo seguía algo perdida. No en el beso, sino en Enzo. Era un hombre perfecto, ¿qué le faltaba? ¿Sonreír más? ¿Ser más amable o hablador? Daba igual porque sabía comportarse cómo un hombre excepcional. ¿Por qué me necesitaba a mi? Tenía a mujeres locas por él y podría encontrar a una mujer de verdad, una con la que casarse y a la que darle el anillo. ¿Por qué seguía soltero? ¿Es que tenía gustos tan raros? 

—¿Y cuántos años tienes? 

—¿Cómo os conocísteis? 

—¡Menudo anillo! Ojalá el mío fuera tan increíble, mi marido y yo sólo nos casamos por la empresa.

—¿Cómo se consigue a un hombre así? Parece muy estricto.

Moví la cabeza a todas las preguntas aún algo pensativa y me las siguieron repitiendo. 

—Yo... tengo veinte años —terminé respondiendo.

—¿Veinte? Enzo tiene treinta. 

—Ya... fue, ummm... un flechazo. Llegué de Rusia y me contrató en su empresa cómo secretaria y fue amor a primera vista —me inventé—. Llevamos ya dos años, en Rusia no es raro casarse tan pronto y son costumbres a las que nos hemos adaptado los dos.

Era todo una vil mentira.

—Oh... ¿y te deja trabajar?

<<¿Si me deja trabajar?>> Menudos machistas.

—Claro que sí, sigo siendo su secretaria —respondi—. Dice que así pasamos más tiempo juntos. 

—Ohh... —suspiraron algunas—. Eso es muy romántico, se nota que os queréis apesar de esa fachada de hombre rudo que tiene. 

Estuve a punto de reírme.

—Sí... Es que es un hombre muy serio en los negocios, pero es el mejor en lo suyo. 

Ya podía darme las gracias por eso.

—Mi marido hará inversiones con él —dijo una—. Lo estaba dudando pero se ha decidido hoy. Seguro que después de tantos negocios se hacen amistades. ¿Asistes a alguna iglesia? Yo me casé en Irvine, hay una iglesia preciosa, de vez en cuando asistimos allí juntos.

Joder. No pensaba que hablar de religión fuera algo que tocaría tanto. 

—Yo... umm... no sé el nombre, aún me cuesta a veces el inglés —me excusé y eso parecía ser la mejor forma de escaquearme—. ¿El baño? —pregunté. 

Todas señalaron dentro de la casa de conferencias. Lo encontré rápido y me quedé mucho más tiempo del necesario sentada en la taza del váter tecleando en mi teléfono a algunos mensajes de Evan. 

Lo siento nena. ¿Te lo pasas bien en la reunión?

Suspiré. 

Sí. Has sido un capullo. 

Escribir en inglés me era mucho más fácil que hablarlo porque algunas palabras todavía se me trabajaban al decirlas y sonaba my extranjera, demasiado.

Lo siento nena. ¿Noche romántica? 

Miré la hora en mi teléfono. Eran ya pasadas las ocho de la tarde y no me corría prisa por vovler al apartamento. 

Te hablaré cuando esté de camino a casa. 

También tenía algunas llamadas perdidas de mi madre y ni las devolví. Me animé a salir del baño y me retoqué un poco frente al espejo. Solté un suspiro y volví a sonreír como lo hacía toda la tarde. 

Justo cuando yo salía, una chica (prostituta) entraba de la mano con un hombre y se quedaron helados en la puerta, ante eso sólo levanté las manos cómo si no pasara nada y les pasé por el lado volviendo a la música a volumen moderado, al choque de copas y a las conversaciones sobre Dios, matrimonios, dinero y números, e iglesias. Pasé de largo a la barra, de nuevo, me apoyé en ella de brazos cruzados y le pedí un vaso con vodka.

—¿Cón qué desea que se lo mezcle señorita? 

—Con vodka. 

Me miró raro pero volcó la botella en el vaso y me lo pasó. Me quedé allí un par de minutos hasta que un hombre se apoyó en la barra a mi lado y por un segundo lo confundí con Enzo, hasta que se giró y me hizo poner los ojos en blanco. 

—Pero bueno, Kate —me saludó—. ¿Qué te trae por aquí? ¿Ahora trae a su secretaria a estas reuniones?

Carter. Era una especie de socio con Enzo, pasaba mucho por la empresa para algunas reuniones y nunca perdía la oportunidad de estar ligando conmigo. Era un hombre igual de atractivo pero no tenía ese tono misterioso de Enzo, Carter era mucho de soltar palabrería.

—¿Qué quieres? —solté. 

Él sonrió y le pidió un vino al camarero.

—Nada, ¿no puedo hablar contigo? 

—Preferiría que no.

Se rió, una carcajada. 

—Tienes humor —dijo—. ¿Y ese anillo? Ya lo he escuchado, ¿mujer de Enzo? ¿Cuánto te ha pagado? 

—¿No te lo crees? 

—Ni de p**a coña.

—No me extraña, no creo que tengas dos dedos de frente cómo para darte cuenta de las cosas. Tu prostituta está en el baño con otro hombre, te habrás dejado una pasta en sus servicios, aunque no la culpo, eres insoportable. 

Se dejó el vaso a medio camino de los labios, mirándome casi sin creérselo. Era cómo los otros montones de hombres que había allí dentro y con los que yo me críe; seguro que quiso insultarme pero antes de siquiera soltar una palabra por esa boca de idiota que tenía, sus ojos pasaron tras mi espalda y un brazo duro y fuerte se envolvió en mi cintura. Había pasado casi tres horas con su brazo allí encajado y lo reconocí, sobre todo la forma en que su mano se apretaba a mi cintura. 

—¿Está todo bien aquí? —preguntó Enzo.

Carter se irguió delante de nosotros y pensé que se insultarían.

—¿Ya hasta traes a tu secretaria? —se burló. 

—A mi mujer —corrigió Enzo.

Carter nos miró y cómo ninguno nos reímos igual se tragó más la mentira. 

—¡Venga ya! ¿Esta mentira por verte más decente delante de estos gilipollas? 

—Y tú qué sabrás —mascullé entre dientes. 

—¿Perdona? —me preguntó y se agachó casi como si intentara intimidarme.

La mano de Enzo se apretó a mi cintura casi con advertencia.

—¿Eres sordo? Jodido imbécil. 

—¿Qué coño me has llamado? —me bramó. 

Le hubiera tirado el vodka por la cabeza si no fuera porque Enzo me quitó el brazo de la espalda y me lo pasó por el frente empujándome con suavidad un paso atrás. 

—Si le vuelves a hablar así tendremos un problema, Carter. 

—¿O qué? 

No era más alto que Enzo, sus cuerpos eran muy iguales pero Carter iba medio borracho ya y no intimidaba a nadie. Era una pérdida de tiempo. 

Alargué las manos y cogí la de Enzo entre ellas, apenas tuve que tirar de él cuando su mano envolvió la mía.

—Déjalo, vamos a otra parte —dije. 

Enzo apretó la mandíbula y se pasó la otra mano por el pelo asintiendo como un toro enfadado.

—Vámonos —accedió.

Cogí mi vaso y perseguí las zancadas de Enzo aún sujeta a su mano. Miró mi vaso y me estiró la otra mano, yo se lo pasé y se lo llevó a los labios y arrugó el ceño. 

—Es vodka. 

—Joder con la rusa. 

Me hizo reír y me devolvió el vaso. 

—¿Qué tal la charla con esos hombres? —curioseé—. ¿Propósito cumplido?

—Puede, irán a la empresa a ver los contratos esta semana.

Era mi semana de vacaciones, estaba haciendo eso en mis vacaciones, lo de la empresa y la agenda de Enzo ya era problema de Jasmine.

—Genial —dije, llevándome el vaso a los labios—. ¿Eso era todo?

—¿Ya te quieres ir? 

—Me da igual, en realidad.

¿En casa qué me esperaba? ¿Discutir más con Evan? ¿Afrontar las llamadas de mi madre? Podría cogerme una habitación de hotel, un lujo de una noche, aunque eso me llevaría más problemas con Evan al día siguiente. 

Enzo giró antes de llegar a las puertas correderan que daban al enorme campo bien ciudado, avanzó hacia la puerta de salida. Se terminaba la mentira. Ni siquiera nos despedimos de alguien, un señor nos abrió las puerta para salir y Enzo le pasó el fichero del coche al aparca coches. Esperamos en silencio al final de la alfombra roja y el ligero viento que hacía me estremeció. Era primavera en California, hacía algo de fresco de vez en cuando pero lo aguantaba bastante bien, era cómo el verano en Rusia. 

—Hace algo de fresco —comentó una mujer a su marido que esperaban detrás de nosotros a su coche. 

Agité la cabeza mirando al frente y sentí una tela algo pesada caerme sobre los hombros. Enzo me colocó su americana encima y sonreí aunque no fuera necesario. 

—Gracias.

Apretó los labios y sus ojos negros me atravesaron. Hizo un asentimiento de cabeza y me pareció escuchar a la mujer de detrás suspirar. 

—Deberías hacer cómo él con su mujer —le recriminó a su marido. 

—Si tuvieras el cuerpo que tiene ella lo haría —dijo él. 

Enzo giró la cabeza y me envolvió de nuevo con su brazo acercándome a su cuerpo. El hombre se disculpó al momento exacto en el que el todoterreno se plantó frente a nosotros. Enzo avanzó agarrado a mi cintura y me abrió la puerta del vehículo. 

—Tengo manos.

—Tú sube y no te quejes.

Resoplé y caí en el asiento metiendo los brazos por las mangas de su chaqueta. El que el frío no me molestara no quería decir que no agradeciera su gesto, y el tener una chaqueta. Me acobijé en el asiento sacando un poco los pies de los tacones para relajarlos. Era tarde ya, pasadas las diez de la noche y tenía hambre, me dolían los pies y estaba cansada. Necesitaba disfrutar de mis vacaciones a solas. 

Enzo arrancó el coche y yo saqué el teléfono activando de nuevo los sonidos. Evan me mandó otro par de mensajes y me dispuse a contestarlos. 

—¿Puedo llevarte a cenar o tu novio se enfadará? 

Dejé de teclear. Tenía hambre y confíaba bastante poco en que Evan se hubiera esforzado más que para calentar una pizza al microondas. Me lo merecía. 

—¿A dónde tienes pensado llevarme? 

—Providence. ¿Te gusta el marisco? 

¿Marisco? Se notaba a la gente con dinero. Jamás asistí a un restaurante del caché de Enzo o de esas reuniones y había tenido suficiente por un día. 

—¿Te gusta Chick-fil-A? 

—¿El sitio de pollo? ¿Prefieres eso? 

—Mil veces más. 

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