Hay que afrontar
Estuve a punto de tirar el teléfono. ¿Yo embarazada? No, eso no era posible. Tenía sólo veinte años y... Y no.

Vi la sombra de aceptación de Enzo, cómo entendió lo que pasaba y aún así me arrancó el teléfono de las manos y le bramó algo al médico. Estuve a punto de desmallarme. No quise creérmelo. No podía ser verdad y empecé a negar con la cabeza. Estaba tan... en otro munco que de repente sentí las manos de Enzo apretarme las mejillas. Sus ojos brillaban tan fuertes... pero no.

—¿No qué? —me preguntó con esa voz tan calmada que usaba a vecez.

—No —susurré.

Él asintió y me acarició las mejillas. Yo negué de nuevo.

—Está todo bien, joder, está de la hostia —me animó y tuvo la sonrisa más genuína del mundo—. Joder, Kate.

—No —repetí.

Negué mucho más rápido y ni sus manos pudieron frenarme. Me soltó pero no tardó ni un segundo en envolverme con sus brazos. No lloré, no tenía ese sentimiento, estaba paralizada. Yo no podía ser madre. Jamás podría serlo. Enzo podría encontrar a
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