La cara del hombre temblaba de rabia; no entendía cómo su ex podía haber cambiado tanto en tan poco tiempo.
—Cómo cambiaste, Maia, ni pareces la misma persona, solo porque te casaste con ese ricachón de Théo Campos.
—¿Qué? —Se sorprendió al darse cuenta de que él sabía el nombre de su esposo.
—¿Qué pasa? ¿Pensaste que yo no iba a descubrir la identidad de tu nuevo marido? Si querías esconder una cosa así, deberías haberte casado con un hombre más discreto, no con alguien que tiene la cara estampada en los periódicos.
—No me interesa si sabes quién es él o no.
—¡Pero a mí sí que me interesa! Quiero saber qué tipo de hombre es; nunca se sabe cómo los padrastros tratan a las entenadas.
—¿Qué absurdo estás diciendo, Tiago? Théo incluso se hizo cargo de los gastos médicos de Lis, cosa que tú ni te molestaste en averiguar. Si a él no le gustara, ¿crees de verdad que haría eso?
—Aun así, hoy en día no se puede confiar en nadie.
—Tú sabes que yo siempre cuidé de Lis, jamás permitiría que algu