Victoria trató de detener sus propios deseos, pero fue en vano. Oliver supo cómo persuadirla con besos y caricias.
Llenos de deseo y atracción, Oliver y Victoria se dejaron llevar por el momento. Los besos y caricias se convirtieron en una danza apasionada, como si estuvieran tratando de encontrar consuelo en el calor del otro.
Cada caricia llevaba consigo la carga de años de emociones reprimidas y malentendidos.
Se entregaron el uno al otro, como si el tiempo se hubiera detenido y solo existieran ellos en ese momento.
La habitación se llenó de susurros, gemidos y la promesa de algo que iba más allá de la pasión física.
Sin embargo, en algún rincón de sus mentes, la realidad seguía presente. Sabían que lo que estaban haciendo solo complicaría aún más la compleja red de relaciones y conflictos que los rodeaban.
Pero en ese instante, sucumbieron a la fuerza irresistible de la conexión que compartían.
Cuando finalmente se quedaron quietos, envueltos en la calma después de la tormenta, am