—Te liberaré, pero si le dices algo a Annia, juro que acabaré contigo —dijo Giancarlo, su voz grave y peligrosa.
—¡No diré nada, señor! Lo juro... ella es una maldita. La odio... ¡Abandonó a su propio hijo! No la quiero en mi vida, nunca... nunca más —el hombre se apresuró a responder, su tono lleno de desesperación y rabia, como si todo lo que había acumulado en años de sufrimiento estuviera por explotar.
Hizo un gesto con la mano, ordenando que el hombre y su hijo fueran sacados del país de inmediato.
Giancarlo y Mateo salieron del lugar.
Giancarlo observó a Mateo con una mezcla de desdén y resignación, sabiendo que el joven estaba al borde de la locura.
Cuando Mateo salió, Giancarlo lo siguió, sin poder dejar de sentir la tensión en el aire.
El joven estaba tan furioso como él mismo cuando se dejaba consumir por la ira.
No podía permitir que tomara decisiones impulsivas, sobre todo ahora.
—¡Mateo! ¿A dónde vas? —llamó Giancarlo, su voz, intentando encontrar la autoridad que solo el